Cuando Carmina Virgili ejerció de Secretaria de Estado de Universidades e Investigación durante el primer gobierno de Felipe González sólo se encontró con una traba por el hecho de ser mujer en un entorno tradicionalmente dominado por hombres: los conserjes de La Moncloa le impidieron el paso en más de una ocasión aludiendo que sólo se permitía la entrada a altos cargos. Alguno incluso llegó a confundir su función con la de secretaría del jefe de prensa. Pero más allá de estas anécdotas más o menos molestas, su entrada en el ministerio no estuvo acompañada de mayores prejuicios.

Virgili es catedrática de estratigrafía, la rama de la geología que intenta “esclarecer la historia de la Tierra a partir de las capas, de los estratos, de las rocas como si de las páginas de un libro se tratara”. Ella y Rosana Menéndez, profesora titular de la Universidad de Oviedo pertenecen a dos generaciones distintas de mujeres en ciencia y por ese motivo fueron las dos candidatas elegidas por Aula El País y la Fundación Dr. Antonio Esteve para explicar su experiencia en el marco de la Semana de la Ciencia en Barcelona.

Carmina Virgili se considera una afortunada. Nacida en Barcelona en 1927, creció en un ambiente familiar de burguesía media ilustrada. Sus padres, profesionales liberales los dos, daban por hecho que seguiría sus estudios en la universidad. Aprovechó los últimos años de la Catalunya republicana y en su época de instituto, en los inicios de la dictadura, recibió la enseñanza progresista del filólogo Pere Bohigas. Ya en la facultad de geología se encontró también con que las mujeres eran mayoría.

Sin embargo, en cuanto subió el escalafón comenzó a encontrarse con las primeras injusticias. El decano de la facultad aceptó en los años 50 que impartiera clases pero le negó la posibilidad de figurar como profesora titular. No pudo firmar como tal hasta 1963, cuando se convirtió en la primera catedrática de la Universidad de Oviedo, en un momento en que“ser catedrática era una cosa insólita y exótica” afirma con un envidiable sentido del humor. También fue mujer pionera en 1977 como decana en Madrid. Fue al escalar posiciones cuando comprobó que la discriminación iba más allá de las miradas extrañas que la veían aparecer en la mina con un martillo en las manos.

Que la minería es un ambiente poco femenino también lo comprobó unos decenios más tarde Rosana Menéndez, experta en geodinámica, la rama de la geología que estudia los procesos que tienen lugar en la evolución del relieve. Encontrarse durante sus becas con alguna mujer en el equipo la hacía sentirse mucho más cómoda, aunque nunca tuvo una sensación de discriminación.

Hoy, recuerda, el 25% de los profesores titulares en el área de geología en España son mujeres. La cifra no es muy alentadora en una época en que la paridad ya está regulada por ley, pero mejora sustancialmente los porcentajes de tiempos anteriores. “El mundo de la empresa y de la minería es mucho más complicado para la mujer que el académica. Son mundos típicamente masculinos”, reconoce Menéndez.

Ambas generaciones, tanto Virgili como Menéndez, reconocen que el problema no se encuentra tanto en una discriminación explícita hacia la mujer sino en la conciliación entre el trabajo y la vida familiar. “Llevar a cabo una carrera científica y ser madre es incompatible”, reconoce Virgili ante un público que admite que cuando se cría a un hijo es mucho más complicado igualar el currículum de un hombre.

Ambas defienden también las polémicas leyes de paridad entre sexos como una forma de eliminar barreras pero advierten del peligro de una situación que cada vez se repite más en nuestro país: muchas mujeres terminan rechazando grandes cargos para no sacrificar su vida familiar.