Una generación separa a estas dos mujeres destacadas en el ámbito científico y, sin embargo, salvando las diferencias temporales, coinciden en su optimismo respecto al futuro. Margarita Salas y Fátima Bosch prevén que es cuestión de tiempo que las mujeres empiecen a recoger el fruto sembrado durante todos estos años y dejen atrás una situación, la actual, en la que su preeminente ocupación en aulas y equipos de investigación no se traduce en un ascenso a los escalafones superiores.

Salas es profesora de investigación del CSIC en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa. A ella le tocó vivir un doble handicap cuando a su regreso de Estados Unidos en 1967, tras tres años trabajando bien de cerca con Severo Ochoa, se encontró con un país donde “la investigación era un desierto” y en el que, además, las científicas brillaban por su ausencia. Le costó quitarse de encima la etiqueta de ‘mujer de’, a pesar de que su marido, Eladio Viñuela, y ella contribuyeron por igual a la investigación del virus bacteriófago phi29. Tanto le costó que finalmente tuvieron que separarse profesionalmente para labrarse ella un nombre y apellidos en el mundo científico. Hoy, la patente de la DNA polimerasa de este virus, que permite secuenciar y amplificar DNA en tan sólo unas horas frente a los tres días que eran necesarios anteriormente, proporciona al CSIC unos réditos de 1,2 millones de euros al año.

Ha llovido mucho desde que Margarita Salas inició estas investigaciones hace 40 años, pero no conviene olvidar, tal como se encargó de recapitular, de dónde venimos y el momento en el que estamos. A día de hoy, y desde hace más de cien años de historia, tan sólo 11 mujeres han sido galardonadas con un premio Nobel en el área de Ciencias, frente a los 300 que han obtenido sus compañeros masculinos. Sólo el 13 % de las cátedras pertenecen a mujeres, mientras que el CSIC, máximo organismo público de investigación en España, no ha contado hasta el momento con ninguna presidenta. Son datos que demuestran una evidente desigualdad entre géneros a la hora del reconocimiento profesional. Sin embargo, “la mujer investigadora ocupará el puesto que se merece en un futuro próximo” asegura convencida Salas.

Fátima Bosch secunda sus predicciones. Directora del Centro de Biotecnología Animal y Terapia Génica en la Universitat Autònoma de Barcelona y, como miembro de varios tribunales, puede verificar que en el proceso de selección para un puesto de trabajo prima ante todo un buen currículum y una investigación de calidad. “En el ámbito de la investigación es en el que menos discriminación existe entre hombres y mujeres. Los salarios son similares y todos tienen las mismas posibilidades de conseguir financiación”.

Reconoce, sin embargo, que la mujer, en ciencia y en todos los ámbitos, lo tiene más complicado. “Nuestra principal desventaja es la fisiología y el instinto maternal”, afirma. Con un añadido: en investigación, los largos periodos de excedencia equivalen a renunciar a una carrera profesional en la que la competitividad es máxima. Muchas de las becarias que trabajan en su equipo se ven obligadas a elegir entre ser madres o seguir su formación de postdoctorado y la mayoría opta por la primera opción.

En su caso, ser madre no le ha impedido llegar donde ha llegado. Embarcó a Estados Unidos con su hijo Ramón cuando sólo tenía 19 meses y asegura que pudo compaginar la maternidad con su profesión. Pero con un importante matiz. Sin el apoyo familiar, y un determinado nivel económico, no le habría sido posible. Ramón suma ya 18 años y ella no ha tenido que abandonar en ningún momento sus investigaciones sobre terapia génica para combatir la Diabetes Mellitus.

El optimismo de ambas científicas no fue compartido por el amplio auditorio que acudió el pasado 20 de noviembre de 2006 a estas conferencias organizadas por Aula El País y la Fundación Dr. Antonio Esteve. En los tiempos que corren, la discriminación patente apenas existe. Las leyes promulgan la igualdad en todos los ámbitos. En cambio, los números cantan y cifras como las anteriores arrojan serias dudas sobre la inexistencia de una discriminación latente, mucho más sutil y seguramente más complicada de vencer.