El aumento de la esperanza de vida ha provocado un gran incremento de los afectados por demencias como el alzhéimer. Hasta ahora, los esfuerzos por encontrar fármacos que lo traten han sido estériles. El secreto para lograrlo puede estar en la sangre

DANIEL MEDIAVILLA / NOTICIA MATERIA

Zombie o vampiro. Sobrevivir inconsciente durante años sin recordar lo que comiste hace un par de horas o beber sangre joven para tratar de serlo siempre. El dilema parece la premisa de una serie fantástica, pero puede ser también una metáfora de los retos a los que se enfrenta la humanidad. La tecnología médica y el progreso social han multiplicado nuestra esperanza de vida. En España, en el último medio siglo, la esperanza de vida se ha incrementado 13 años, los mismos que necesitó Alejandro Magno para construir uno de los mayores imperios de la historia. Pero este triunfo extraordinario también ha hecho aparecer nuevos desafíos.

Esta semana en Santander, en un curso organizado por la Asociación Española de Bioempresas (Asebio) con motivo del Año de la Biotecnología, varios expertos en la materia están debatiendo sobre estos problemas. La medicina ha logrado reducir la mortalidad con el desarrollo de medicamentos como los antibióticos, que evitan que sucumbamos ante una simple infección, como les sucedió a nuestros antepasados durante milenios. Desde los años 70 del siglo pasado, las modernas herramientas biotecnológicas han abierto nuevas vías para mejorar la salud humana, proporcionado tratamientos que permiten combatir el cáncer de una manera más específica o curar la hepatitis C.

Sin embargo, el progreso no es lineal y la ciencia no siempre resuelve los problemas que se plantea. Las enfermedades neurodegenerativas, como el alzhéimer o el párkinson, se han multiplicado con el incremento en la esperanza de vida. Gobiernos y empresas privadas han invertido cientos de millones de euros en buscar una forma de paliarlas, pero de momento la búsqueda no ha dado los resultados esperados.

Una ardilla vive 20 años y una rata, tres. Les separan menos de 20 genes

“El sistema nervioso ha evolucionado para mantener nuestra continuidad biográfica, para que podamos recordar quiénes éramos hace veinte o treinta años, y por eso es muy poco regenerable, a diferencia, por ejemplo, de las células del hígado o de la sangre”, explica José López Barneo, director del Instituto de Biomedicina de Sevilla. Además, según explicaba el investigador, no es descabellado pensar que la longevidad se pueda incrementar. Experimentos con ratones, a los que se limitaba la comida, han logrado que casi se doble su tiempo de vida. La longevidad de algunos animales, como las ardillas silvestres, que llegan a vivir 20 años, también sugieren que aumentar la esperanza de vida no tiene por qué ser una quimera. Entre ellas y las ratas, que son sus parientes próximos y solo viven tres años, hay tan solo unos 20 genes de diferencia.

En ese escenario, con mejores tratamientos para las enfermedades o mejoras en el estilo de vida que prolongan la existencia, resulta preocupante lo que reconocieron en Santander algunos de los principales expertos en enfermedades neurodegenerativas de España. La investigación parece estancada y cada vez más gente vivirá más allá del umbral en el que las demencias son frecuentes.

El 99,6% de los ensayos de fármacos para tratar el alzhéimer fracasan

Jesús Ávila, director científico del Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Neurodegenerativas (CIBERNED), recordó la frustración de los enfoques que hace unos años plantearon que la cura para el alzhéimer podría estar cerca. La estrategia consistía en atacar las placas de proteína beta amiloide, una de las estructuras que se asociaban con la enfermedad, pero los ensayos clínicos han mostrado que es necesario buscar alternativas. Ahora mismo, la tasa de fracaso de los ensayos de fármacos para el alzhéimer es del 99,6%.

Entre las alternativas en las que trabaja el grupo de Ávila desempeña un papel importante la proteína tau, otra sustancia asociada al alzhéimer que aparece en forma de ovillos en el cerebro de los enfermos.  Utilizando ratones transgénicos que sobreexpresan una proteína llamada GSK3 observaron que tau favorece la degeneración de neuronas y que detenía la formación de otras nuevas. Al no haber nuevas neuronas, no hay nuevas memorias y esto explica, por ejemplo, por qué cuando se sufre la enfermedad de alzhéimer, sobre todo en los estadios aún no muy avanzados, se mantienen memorias antiguas, pero se olvidan sucesos recientes.

El fracaso contra el olvido

Las dificultades para obtener resultados ha hecho que muchas empresas hayan perdido la esperanza en las posibilidades de lograr una molécula que funcione contra el alzhéimer. Esto ha provocado, en parte, que el número de ensayos clínicos enfocados a estas enfermedades se hayan reducido a la mitad. A falta de resultados por las vías convencionales, las que decían que atacar las placas de proteína beta amiloide que se formaban en el cerebro acabaría con el alzhéimer, será necesario buscar nuevos paradigmas.

En la misma sesión en la que hablaron Ávila o López Barneo, Antonio Páez, responsable de investigación en alzhéimer de la farmacéutica Grifols, planteó la posibilidad de que en el futuro se utilice el plasma sanguíneo para hacer frente a las demencias. Esta compañía ya trata enfermedades como la hemofilia inyectando a los pacientes los factores de coagulación que les faltan y que se han obtenido previamente del plasma de personas sanas. En el caso del alzhéimer, en un método que ya han probado en ensayos clínicos, se extraería plasma del paciente y se repondría albúmina e inmunoglobulina, dos de las principales proteínas de la sangre. Con este sistema se podría influir sobre la formación de placas de beta amiloide en el cerebro.

Este año se pueden probar en humanos tratamientos contra el alzhéimer con trasfusión de sangre joven

Cuenta la leyenda que beber sangre fresca rejuvenecía al conde Drácula y que las transfusiones han mantenido jóvenes a los Rolling Stones.  Esta leyenda ha encontrado cierta confirmación en algunos estudios con ratones. En los más recientes, de mayo de este año, una simple transfusión de sangre de un individuo joven ayudó a rejuvenecer a ratones viejos, dándole mayor vigor a sus músculos y mejorando sus capacidades cognitivas. Sorprendentemente, el efecto también funcionaba en el sentido inverso y cuando se trasfundió la sangre de ratones viejos en los jóvenes los efectos del paso del tiempo les afectaron con mayor rapidez. Los investigadores aislaron la proteína y, aunque aún no se sabe si el fenómeno también sucede en humanos, Tony Wyss-Coray, líder de uno de los grupos que realizaron el descubrimiento, quiere hacer este año con su compañía Alkahest la primera prueba en humanos que sufren alzhéimer.

El plasma sanguíneo, puede ser, como ya lo es para enfermedades como la hemofilia, una vía para introducir proteínas que ayuden a reparar los daños del paso del tiempo en nuestro sistema nervioso, aunque es improbable que se trate de algo tan simple como inyectar sangre joven en un cuerpo viejo. El conocimiento del papel concreto de proteínas como las beta amiloide o las tau en el desencadenamiento y el desarrollo de la enfermedad de Azlheimer será un paso para después tratar de modificar el papel de estas moléculas en esta y otras enfermedades neurodegenerativas. La adaptación de la técnica de Drácula puede convertirse en un método para evitar que en nuestra lucha por la longevidad provoquemos otra epidemia.