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El impacto de la pandemia en salud mental se puede prever mirando a catástrofes anteriores: se alargarán durante años y serán menores cuanto antes se intervenga. Años de recortes sanitarios se deben revertir con más personal, inteligencia artificial y mirando a países con experiencia de conflictos.

MICHELE CATANZARO | Artículo original

“Desde el día que se declaró el estado de alarma he salido tres veces de casa, una para ir al hospital con una crisis. Mi casa es mi territorio de seguridad. Teletrabajo, pero no he visto a mis padres y amigos en todo este tiempo. Tengo una visita [psicológica] telefónica cada mes y medio”.

Esta experiencia de Elisabeth, una lectora de EL PERIÓDICO, condensa un problema que va creciendo junto con la pandemia: una ola de problemas de salud mental que el sistema de salud es incapaz de atender, tras más de una década de recortes.

Una financiación específica es la intervención más urgente para evitar que la ola se convierta en tsunami, según Ximena Goldberg, responsable del grupo de salud mental de COVICAT, el proyecto que monitoriza el impacto del covid en la población catalana.

Goldberg participó el 21 de Julio en una entrevista en directo en las redes sociales de EL PERIÓDICO, la segunda de las Conversaciones de Salud organizadas por el diario con el apoyo de la Fundación Doctor Antoni Esteve. Este ciclo, editorialmente independiente, se enmarca en la Red de Científicas Comunicadoras, una iniciativa para amplificar la voz de las investigadoras en el debate público.

Goldberg, psicóloga del Institut de Salut Global de Barcelona (ISGlobal), empezó su carrera en Argentina en un hospital psiquiátrico. Lleva más de una década investigando la interacción entre neurobiología y ambiente en la salud mental, antes en Washington y ahora en Barcelona.

Cómo una catástrofe

Según esta experta, el impacto de la pandemia en la salud mental es parecido al de un desastre nuclear, un tsunami o una inundación. “No es una metáfora. Nos estamos nutriendo de la experiencia previa en situaciones de emergencia humanitaria”, explica. 

Un elemento común es el efecto-sorpresa. Al principio, casi nadie se esperaba que la epidemia se convirtiera en pandemia. “Este componente de impredecibilidad, de algo que no se puede controlar a nivel individual, es común en estas tragedias”, afirma Goldberg. Estas experiencias también indican lo que se nos viene encima. “No veremos los problemas de salud mental al inicio, sino a lo largo de los años”, explica la experta. 

Señales de alarma

Sin embargo, no faltan señales de alarma. Los síntomas de ansiedad y depresión se han multiplicado a lo largo del 2020, pero es difícil cuantificar en qué medida, porque faltan datos fiables anteriores. “En Catalunya había alrededor de medio millón de personas con más de 20 años con alto nivel de ansiedad: es muchísimo”, comenta Goldberg.

En 2021, tras la relajación del confinamiento, esos síntomas se han traducido en consultas. A ello se añaden las consecuencias psiquiátricas propias del covid y formas de hipocondría específicas. 

“Nos empezamos a preocupar de la capacidad de atender a todas estas personas”, comenta Goldberg. El déficit acumulado de profesionales y una estrategia de salud mental caducada se traducen en larguísimos tiempos de espera y citas que se hacen muchas veces por teléfono. A ello se añade la interrupción del tratamiento de las personas con patologías previas. 

“Son problemas que las personas a cargo de las políticas públicas conocen claramente”, constata Goldberg. “El impacto que los problemas de salud mental generan en la economía de un país son enormes”, alerta la experta.

Atención psicosocial

El problema va más allá de la vapuleada sanidad catalana. Sólo el 20% de los países tienen fondos específicos, según la OMS. “Hay países de medianos y bajos recursos, con experiencias previas en conflictos y emergencias, que han dedicado financiación especifica a atención psicosocial. Hay que mirar estos ejemplos”, afirma la psicóloga.

Goldberg destaca la importancia de las intervenciones comunitarias, como entrenar en soporte psicosocial a médicos de atención primaria y educadores, para prevenir que los síntomas se conviertan en cuadros más complejos. 

Inteligencia artificial y diálogo

A nivel de investigación, su equipo está estudiando el uso de inteligencia artificial para estimar el riesgo de forma personalizada. Cualquier persona puede tener un problema de salud mental, pero hay factores que aumentan el riesgo como ser mujer, joven o tener patologías previas por ejemplo. La inteligencia artificial podría ayudar también a identificar la intervención más eficaz en cada caso.

A la espera de inversiones y resultados, Goldberg recomienda que cada uno encuentre qué le ayuda a afrontar el estrés (correr, meditar, estar en familia, etc.) y sobre todo personas de confianza para compartir el malestar. “Pensamos que solo nos pasa a nosotros y tenemos vergüenza: este silencio solo genera más preocupación y miedo”, concluye.