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GONZALO CASINO / @gonzalocasino / gcasino@escepticemia.com / www.escepticemia.com

Sobre la veracidad de la información, las noticias falsas y la intención de causar daño

Los rumores y las noticias falsas no son algo nuevo. Se han utilizado en la guerra, en la política, en la economía y en todo tipo de disputas. También en la ciencia y la medicina; pensemos, sin ir más lejos, en la información sobre el cambio climático, el sida, el ébola o las vacunas. Pero las redes sociales y la tecnología han magnificado un problema del que quien más quien menos ya es consciente. El término fake news (noticas falsas o falseadas) ha irrumpido con fuerza, pero los más sagaces han advertido que se queda corto, pone erróneamente el foco en el periodismo (en cierto modo, noticia falsa es un oxímoron) y desvirtúa un problema más complejo, el de la polución informativa. El ecosistema informativo está ciertamente contaminado por bulos, noticias erróneas, contenidos inventados, descontextualizaciones y manipulaciones varias, y esto nos obliga a repensar individual y colectivamente sobre la calidad y los intereses que hay detrás de la información.

El problema trasciende a los medios de comunicación y al concepto de noticia falsa, que resulta inapropiado y poco práctico para dar cuenta de toda la gama de contenidos falsos, las formas en las que se difunden y las intenciones de quienes los crean y propagan. Porque no es lo mismo una noticia errónea como consecuencia de un periodismo deficiente que una información inventada, y no es lo mismo una noticia veraz difundida por interés público que una información también verdadera pero propagada para hacer daño a alguien. No basta con considerar solo la veracidad de la información, hay que tener en cuenta también si la información pretende o no causar daño, según ha propuesto Claire Wardle, investigadora del Shorenstein Center de la Universidad de Harvard y directora del proyecto First Draft. De acuerdo con esta doble dimensión, Wardle recomienda distinguir entre misinformation (información errónea), cuando la información es falsa pero no se quiere causar daño; desinformation (desinformación), cuando es falsa y se pretende causar daño con ella, y malinformation (información malintencionada), cuando es cierta, pero se pretende perjudicar a alguien revelando información generalmente privada.

El uso de un vocabulario preciso y compartido, como el que propone esta investigadora, es algo básico y preliminar para entender mejor el problema. Por encargo del Consejo de Europa, Wardle ha elaborado con Hossein Derakhshan el informe Information Disorder. Toward an interdisciplinary framework for research and policymaking, cuyo título habla inequívocamente de un problema o trastorno de la información que precisa, antes que nada, un marco conceptual interdisciplinar para orientar la investigación y poder aplicar medidas correctoras. Para tratar de entender cualquier ejemplo de este “desorden informativo” o “trastorno de la información”, este interesante documento ilustra la conveniencia de analizar sus elementos (agente, mensaje e intérprete) y sus fases (creación, producción –el mensaje se convierte en producto mediático– y difusión). Solo usando un vocabulario común sobre la información y sus desórdenes parece posible abordar los retos asociados con la credibilidad (un factor psicológico), la verdad (un concepto semántico referido a la veracidad de los datos y las informaciones) y los hechos, que no son verdaderos o falsos, sino reales o inventados.

Las noticias son un tipo especial de información inmersa en un ecosistema digital en el que cualquiera puede crear, empaquetar y difundir información y en el que cualquiera puede llevarse a engaño. Para evitarlo, el primer paso es pensar críticamente acerca del lenguaje que utilizamos, en un camino de aprendizaje –el del pensamiento crítico–que implica una cierta alfabetización sobre la información y el periodismo. Este aprendizaje nos incumbe a todos, pero las personas con una cierta responsabilidad pública, desde los políticos a los educadores, periodistas y médicos, están especialmente concernidas.  La guía de la Unesco Journalism, ‘Fake News’ & Disinformation y los cursos de verificación de First Draft son un buen aperitivo.


Autor
Gonzalo Casino és periodista científic, doctor en medicina i professor de periodisme a la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha estat coordinador de les pàgines de salut del diari El País durant una dècada i director editorial d’Edicions Doyma / Elsevier. Publica el bloc Escepticemia des de 1999.

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Columna patrocinada per IntraMed i la Fundació Dr. Antoni Esteve