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Para minimizar las consecuencias de las pandemias se necesitan políticas para promover, proteger y cuidar la salud mental

CARME BORRELL | Artículo original

La comisión de la revista ‘The Lancet‘ sobre la salud mental global remarcaba en 2018 que esta es un bien público relevante para el desarrollo sostenible de los países; que los problemas de salud mental ocurren en un continuo, que abarca desde una mínima alteración hasta la enfermedad mental severa; que la salud mental de las personas es producto de las condiciones sociales y ambientales, interaccionando con factores biológicos; y finalmente, que la salud mental es un derecho humano irrenunciable.

Precisamente, en la pandemia del covid-19, las condiciones sociales y de contexto de las personas han quedado muy afectadas y, por lo tanto, han repercutido en la salud mental. El confinamiento, las restricciones posteriores y la alteración de las costumbres y las rutinas diarias, han afectado gravemente a la actividad personal, laboral, educativa, social, económica y cultural, entre otras. Por ejemplo, la pérdida de trabajo y la correspondiente fuente de ingresos ha afectado a buena parte de la población. La salud mental también se ha visto alterada por factores directamente ligados al covid-19. La enfermedad genera miedo y preocupación sobre la propia seguridad y la de las personas queridas, ya que puede llegar a ser muy grave o incluso mortal. Y, además, la cuarentena y el aislamiento, para evitar su propagación, agravan la situación. Sin olvidar el sufrimiento que ha causado la soledad de personas hospitalizadas o ingresadas en residencias. Y, evidentemente, estas causas de la mala salud mental se producen de forma desigual, siendo la población más desfavorecida la más afectada.

Los grupos que son más vulnerables a sufrir efectos en la salud mental son las personas enfermas de covid-19; las que tienen más riesgo de contraer la enfermedad (personas mayores y, sobre todo, las que viven en residencias, las que tienen enfermedades crónicas, …); las personas con trastornos mentales previos; las de menor nivel socioeconómico; las mujeres que han tenido que responsabilizarse de los cuidados en casa; los profesionales sanitarios y sociales, tanto por el mayor riesgo que tienen de enfermar como por la tensión de atender a personas enfermas durante muchos meses. También los menores y jóvenes son un grupo vulnerable, ya que la pandemia ha representado una ruptura de sus espacios de socialización, disfrute y crecimiento, en una etapa crucial de la vida en que unos meses pueden parecer una eternidad.

Se han detectado varios efectos en la salud mental como, por ejemplo, irritabilidad, insomnio, frustración, estrés, miedo y ataques de pánico, depresión o intento de suicidio. Jeffrey Gettleman, reportero en Nueva Delhi de ‘The New York Times’ lo mostraba, refiriéndose a la situación catastrófica del covid-19 en la India, con esta frase: “tenemos miedo de respirar”. Estudios hechos en nuestro medio y en otros países del mundo ponen de manifiesto las elevadas cifras de pérdida de la salud mental.

Para minimizar los efectos de las pandemias se necesitan políticas para promover, proteger y cuidar la salud mental y, por tanto, abordar las causas, como, por ejemplo, el establecimiento de normas y ayudas para proteger a las personas que han perdido su empleo o la vivienda. Y estas políticas deben tener en cuenta a los grupos más afectados. En segundo lugar, es necesario poner en marcha intervenciones específicas. Un ejemplo es el plan de choque en salud mental del Ayuntamiento de Barcelona, un conjunto de actuaciones a corto y medio plazo para afrontar esta crisis, que se basa en hacer acompañamiento emocional de la población a través de nuevos recursos y actuaciones como grupos de duelo, recursos en línea, y el teléfono de prevención del suicidio. En tercer lugar, es importante reforzar los servicios de salud mental, incorporando a la atención primaria y los programas comunitarios, sin olvidar que hay que reforzarlos a largo plazo. En cuarto lugar, la acción comunitaria, así como las organizaciones que trabajan en los territorios, deber movilizar recursos para fomentar la participación, la interacción y el apoyo social, y la puesta en marcha de intervenciones que ayuden a paliar los efectos de la pandemia. Finalmente, es fundamental informar bien a la población sobre la enfermedad y su prevención, combatiendo la proliferación de noticias falsas.

Estos son los retos que tenemos las administraciones y toda la sociedad para mejorar la salud mental global en tiempos de pandemia.