Estudios con ratones y con humanos muestran que la dieta de los padres puede hacer propensas a engordar a las siguientes generaciones a través de cambios epigenéticos

DANIEL MEDIAVILLA / NOTICIA MATERIA

Sabemos que nuestros hábitos tienen efectos sobre nuestra salud, pero parece cada vez más claro que también afectarán a la de nuestros hijos o nuestros nietos. Durante la Segunda Guerra Mundial, una hambruna provocada en Holanda por el embargo de alimentos del ejército nazi dejó secuelas en los hijos de las mujeres embarazadas entonces. Ellos sufrieron obesidad, diabetes o enfermedad coronaria, pero incluso alguno de sus nietos, en 2008, tenían restos de aquellas cicatrices en forma de cambios epigenéticos. Esas transformaciones no modifican la secuencia de ADN, pero sí a otras moléculas que se pegan encima y cambian su actividad.

Cómo llevar al borde de la muerte por inanición a humanos no es un experimento que se deba repetir, los investigadores han seguido analizando los efectos intergeneracionales de los cambios epigenéticos en animales. Esta semana, un equipo del Instituto Victor Chang de Sidney liderado por Catherine Suter ha publicado un estudio en el que muestran en ratones los efectos a largo plazo de la obesidad de los padres sobre las siguientes generaciones. Sus resultados, obtenidos apareando machos obesos con hembras delgadas. mostraron que tanto los hijos como los nietos de los ratones gordos tenían más probabilidades de desarrollar diabetes o hígado graso cuando tomaban comida basura.

Los padres también deberían preocuparse por su alimentación antes del embarazo

Según Suter, estos resultados podrían tener una aplicación a los enfoques de salud pública a corto plazo. “La salud de un niño se ha considerado desde hace tiempo responsabilidad de la madre desde el momento en que se queda embarazada. Sin embargo, se ha prestado poca atención al modo en que la salud del padre puede afectar a su niño no nacido. Ahora, hemos descubierto pruebas poderosas, en un modelo animal, de que la nutrición y la salud metabólica del padre puede influir en la de sus hijos e incluso en la de sus nietos”, ha explicado Suter en un comunicado de la institución para la que trabaja.

Por otro lado, los resultados también ayudarían a prever el riesgo de comer alimentos con mucha cantidad de grasa o azúcar de una persona concreta. Si sus progenitores eran obesos o tenían problemas metabólicos es más probable que ellos también sean más propensos a sufrir los efectos nocivos de la comida basura. La buena noticia es que aunque los daños de una mala dieta se pueden transmitir de generación en generación, los cambios no quedan impresos en el ADN y son reversibles. A partir de la tercera generación, la reacción extrema ante la comida basura desaparecía.

Los autores, que van a publicar sus resultados en la revista Molecular Metabolism, no saben aún cuál es el mecanismo detrás de sus observaciones, pero creen que la respuesta puede estar en el semen. Podría transmitir los efectos metabólicos de la obesidad a través de pequeñas piezas de ARN pegadas al esperma. Esta idea coincide con resultados recientes en estudios con humanos. A finales del año pasado, un grupo internacional de científicos liderado por Romai Barrès, investigador de la Universidad de Copenhague, descubrió que los espermatozoides de los hombres gordos y delgados tienen marcas diferentes en sus genes. Este efecto se concentra sobre todo en áreas genómicas implicadas en el control central del apetito.

Con datos como estos, algunos investigadores como Mark Febbraio, profesor del Instituto Garvan de Investigación Médica en Sidney, ya están haciendo llamamientos similares a los de los ecologistas respecto al cambio climático o el consumo de recursos naturales: “No puedes tratar tu cuerpo como un coche de alquiler o corres el riesgo de propagar este problema durante generaciones”.