La investigación confirma que la restricción calórica alarga la vida de los primates y, sobre todo, mejora su calidad en la edad avanzada

JAVIER SAMPEDRO / NOTICIA MATERIA

La ciencia depende para avanzar de confirmaciones tediosas, reproducciones exigentes y un permanente y prolongado escrutinio crítico, pero la vida personal de los científicos es mucho más normal que todo eso. Sus decisiones sobre la salud, en particular, suelen basarse en hipótesis fundamentadas, porque las confirmaciones a prueba de bombas tienen por costumbre llegar demasiado tarde para servir de algo. La confirmación de que la restricción calórica –comer poco y bien— alarga y mejora la vida de los primates solo ha llegado esta semana, como puedes leer en Materia, pero este redactor conoce a muchos biólogos de élite que comen de esa forma desde hace muchos años. Su apuesta era que lo que sirve para la levadura, el gusano, la mosca y el ratón tiene que servir para las personas. “Confía en la universalidad de la bioquímica”, aconsejaba el premio Nobel Arthur Kornberg hace medio siglo. Confiemos pues.

Ahora, dos puntualizaciones importantes. La primera es que, en este contexto, “comer poco” no significa seguir la tradicional dieta para mantener el peso, del estilo 2.500 o 3.000 kilocalorías diarias, que suelen aconsejar los nutricionistas. Significa comer menos que eso, tal vez un 30% menos. Es decir, significa pasar hambre, y además guardando un cuidado exquisito para que no falte ningún nutriente esencial en la dieta. La segunda es que la confirmación de la que estamos hablando es por el momento en primates no humanos, de modo que seguimos sin disponer de la confirmación a prueba de bombas para los primates humanos.

Alargar la vida tiene un gancho indudable, pero los científicos y los médicos están mucho más interesados en la otra cara de la cuestión: que la restricción calórica mejora la vida incluso si no la alarga. Previene contra los cuatro jinetes del apocalipsis en los países desarrollados: infarto, cáncer, diabetes y neurodegeneración. La razón es que retrasa el envejecimiento, y con él la aparición de todas esas enfermedades que son las servidumbres de la edad. Esta es precisamente la clase de medicina preventiva que necesitamos, porque seguir basando el aumento de la esperanza media de vida en unos tratamientos del infarto cada vez más costosos es insostenible incluso a medio plazo. Y la exportación de nuestros festivales de la grasa occidentales a los países en desarrollo amenaza con generar una pandemia planetaria de obesidad, enfermedad y muerte prematura.

Pasar hambre, por supuesto, es un consejo mucho más fácil de dar que de seguir. La esperanza a la larga es descubrir algunas moléculas –candidatos a fármacos— que imiten los efectos de la restricción calórica sin someter a esa tortura a la gente. La rapamicina y el resveratrol (un componente del vino tinto) están sometidos a una investigación muy activa, pero nadie sabe cuándo dará sus frutos. Entretanto, lo mejor es que hagan ustedes como los científicos: coman poco y bien.