Un estudio muestra que las diferencias entre el horario natural y el impuesto por la sociedad provocan problemas de obesidad y suponen un coste del 1% del PIB

DANIEL MEDIAVILLA / NOTICIA MATERIA

Hasta hace muy poco, el sol marcaba el ritmo a la humanidad a través de los ciclos de luz y oscuridad diarios y del paso de las estaciones. La capacidad para medir el tiempo con precisión estaba al alcance de pocos y para la mayoría tampoco tenía interés. Eso cambió con la revolución industrial. En un taller artesano, si un zapatero llegaba un poco más tarde al trabajo, eso no afectaba a la calidad de su trabajo ni retrasaba el de sus compañeros. Sin embargo, en una cadena de montaje es necesario que todos los operarios estén sincronizados. La industrialización cambió los hábitos de trabajo y con ellos arrastró a todo lo demás, desde el transporte hasta los horarios de las escuelas, que comenzaron a adoptar horarios precisos poco después de hacerlo las fábricas. En 1880, en una medida sin precedentes, el Gobierno británico impuso por ley que todos los horarios de Reino Unido siguiesen el de Greenwich. Era el inicio de un gigantesco experimento social.

En la actualidad, el 80% de las personas necesita un despertador para levantarse los días de trabajo y la electricidad ha roto nuestro estrecho vínculo con el sol. Este cambio de referencia ha tenido algunas consecuencias. Entre otras cosas, en muchos países industrializados la gente duerme hasta dos horas menos de media que hace un siglo. Además, los horarios fijos del mundo moderno han producido lo que se conoce como jet lag social. Igual que cuando se vuela entre continentes y el viajero sigue teniendo sueño a la hora que toca dormir en su lugar de origen, aunque en el de destino sea mediodía, hay personas que sufren esa sensación sin tomar un avión. Esto pasa porque sus horarios de trabajo o de sueño no se corresponden con el reloj biológico que todos llevamos dentro.

Aproximadamente el 20% de la población tendría un horario natural matutino, el 20% sería vespertino y el 60% se encontraría entre los dos extremos. Aunque estas tendencias, que se conocen como cronotipos, son relativamente estables, varían con la edad. Niños y mayores tienden a ser más matutinos mientras que adolescentes y jóvenes son vespertinos. Hasta ahora, la sociedad industrial, como en muchos otros casos, ha ignorado esta diversidad y ha fijado unos horarios que favorecen a quienes se levantan pronto. Al que madruga, Dios le ayuda, y al resto, no tanto. De hecho, la ciencia ha comprobado empíricamente el adagio. Un estudio de investigadores de la Universidad de Granada mostraba que el cronotipo influye en la capacidad de conducir y que las matutinas lo hacen de manera más estable durante todos los tramos horarios que las vespertinas.

Ángel Correa, autor principal de aquel trabajo, explica que su equipo sigue estudiando la influencia del jet lag social en distintas tareas que implican un control del comportamiento. “El ajuste entre el cronotipo y el horario laboral no solo influye en la calidad del sueño sino también en procesos cognitivos como los necesarios para la conducción o en la inhibición de respuestas que no son adecuadas”, explica correa. “Nosotros, por ejemplo, estamos estudiando si nuestras decisiones en juegos económicos son más arriesgadas cuando las tomamos en momentos que no son óptimos para nosotros”, añade. En una línea similar, la investigadora de la Universidad de Barcelona, Ana Adán, ha observado que las personas con cronotipo vespertino consumían más alcohol y tabaco. Y en 2013, Till Roenneberg, de la Universidad de Munich, publicó un estudio que mostraba que quienes tienen un mayor desajuste entre su reloj biológico interno y su actividad social tienen un mayor riesgo de obesidad. Por cada hora de diferencia entre la “zona horaria” social y la biológica se incrementaba en un 33% la probabilidad de ser obeso.

Turnos de trabajo y salud

Roenneberg, uno de los mayores expertos del mundo en el estudio del jet lag social, acaba de publicar un nuevo trabajo sobre el problema, en este caso en la revista Current Biology. Después de estudiar a trabajadores de fábrica asignados a tres turnos diferentes de mañana, tarde y noche, observó que alinear sus cronotipos con los horarios laborales, evitando que los de tipo más vespertino fuesen asignados a turnos matutinos y viceversa, reducía la perturbación del ritmo circadiano y mejoraba la calidad del sueño y otros aspectos de su salud. Los trabajadores fueron capaces de dormir más durante los días laborales y eso les permitió además dormir menos para recuperar ese sueño durante sus jornadas festivas.

Tras muchos años de estudio, Roenneberg está convencido de que “crear unos horarios laborables más flexibles proporcionaría beneficios, tanto para los trabajadores y su salud como para las empresas a través de la productividad”. Céline Vetter, coautora del estudio, considera además que el impacto de estas mejoras puede ser aún más amplio. “Sabemos que el sueño tiene implicaciones importantes no solo para la salud física, sino también para el estado de ánimo, el estrés o las relaciones sociales, así que mejorar el sueño, muy probablemente, tendrá otros efectos secundarios positivos”, opina.

Aunque Roenneberg reconoce que en las grandes empresas los cambios de este tipo son lentos y complicados, afirma que ya hay empresas que han mostrado interés por su trabajo. De hecho, su último estudio ha sido cofinanciado por la multinacional siderúrgica alemana ThyssenKrupp. “Si se pudiese entrar a trabajar a las 10 o las 10.30 en lugar de a las 9, el trabajador le estaría ofreciendo a su empresa el tiempo en el que se encuentra mejor y más capaz”, ejemplifica. Los desajustes provocados por el sistema actual suponen un coste aproximado del 1% del PIB según Roenneberg.

Las grandes empresas no son los únicos espacios en los que se pueden empezar a aplicar cambios como los que sugiere Roenneberg. Los centros de enseñanza también se podrían beneficiar. “Los adolescentes son muy vespertinos, no es que sean vagos, como a veces se piensa, y si les pones el inicio de las clases a las ocho de la mañana, los matas”, apunta Correa. “Retrasar sus horarios puede servir para mejorar su educación, o al menos se pueden colocar clases que requieren un mayor esfuerzo, como las matemáticas, fuera de las primeras horas de la mañana”, añade.