Las nuevas tecnologías ayudan a mejorar la cooperación entre pacientes y personal sanitario con mejoras en los resultados médicos y en el coste de los tratamientos

DANIEL MEDIAVILLA / NOTICIA MATERIA

A finales de los 90, un grupo de médicos suecos se inventó una paciente que les iba a servir de inspiración. Esther, una anciana con una enfermedad crónica y problemas agudos puntuales, habría tenido que acudir a 36 servicios diferentes del sistema sanitario de su país para poder recibir el tratamiento que necesitaba. Para resolver el problema de esta paciente imaginaria, los médicos crearon una red formada por más de 7.000 profesionales del sector sanitario que aplica las tecnologías de la información para superar la fragmentación y la falta de coordinación que habría sufrido Esther. Con su sistema, crearon un flujo continuo de información que incluye a los pacientes y sus familias con el objetivo de darles más capacidad para influir en su propio cuidado y que incrementa la eficacia de los médicos, que siempre trabajan sobre los resultados de sus colegas. Durante los tres años de prueba del sistema, las admisiones a hospitales se redujeron de 9.300 a 7.300, las lista de espera de los neurólogos se redujeron de 85 días a 14 y los días de hospitalización por fallo cardiaco descendieron de 3.500 a 2.500.

El proyecto Esther es uno de los casos de éxito a los que se mira en una Europa donde el envejecimiento de la población está incrementando la presión sobre sus sistemas sanitarios. Las enfermedades crónicas como la que sufría la anciana sueca, cardiovasculares, diabetes, algunas enfermedades respiratorias o algunos tipos de cáncer, están detrás del 77% de las muertes en Europa. Además, dos de cada tres personas jubiladas en el continente tendrán al menos dos dolencias crónicas, según la Organización Mundial de la Salud.

Un paciente que gestiona bien su enfermedad es entre un 8 y un 21% más barato

En un documento presentado el año pasado por algunos de los principales expertos de la sanidad española como resumen del “I Foro Innovación y sostenibilidad. Construyendo la sanidad del siglo XXI”, se recogían unas conclusiones que llamaban a apostar por la innovación para hacer el sistema más sostenible. Rafael Bengoa, ex consejero de Sanidad y Consumo del Gobierno vasco y uno de los firmantes, afirmaba que un paciente que gestiona bien su enfermedad “es entre un 8 y un 21% más barato”. Y lo mismo sucede con la integración y conexión de los servicios sanitarios.

Un ejemplo del uso de la tecnología para involucrar a los pacientes en su cuidado se ha puesto en marcha recientemente en el Complejo Hospitalario Universitario de Santiago. Se trata de un programa europeo bautizado como EU-CaRE de rehabilitación cardiaca para mayores de 65 años que hayan sufrido un infarto, en particular para aquellos que no tengan fácil acercarse al hospital. A través del teléfono móvil, estas personas pueden prevenir una recaída, aprendiendo a llevar un estilo de vida adecuado, empleando bien la medicación prescrita o conociendo qué tipo de actividad física puede ser más beneficiosa para ellos.

En líneas similares, ya existen aplicaciones para ayudar a los pacientes desde el móvil a que sigan mejor otras dolencias crónicas como la diabetes. Sistemas para introducir las comidas que se ingieren a lo largo del día, el nivel de glucosa o la insulina inyectada y poder realizar un seguimiento adecuado de los niveles de insulina, consejos para hacer deporte o para que las dietas sean menos monótonas son fáciles de encontrar. No obstante, como sucede con los productos que reivindican cualidades terapéuticas, no todas las aplicaciones son igual de efectivas. Para poner orden en este tipo de aplicaciones, ya hay entidades como la FDA, la agencia que regula los medicamentos en EEUU, que han comenzado a dar su marchamo de aprobación a las que realmente demuestran ser útiles.

Los reguladores ya están clasificando las aplicaciones de salud entre las que son útiles y las que no lo son, como se hace con los medicamentos

Para aprovechar todo el potencial de las tecnologías de la información aplicadas a la salud, se deberán superar muchas barreras que van más allá de la tecnología. Las empresas que creen las aplicaciones, por ejemplo, contarán con una gran cantidad de información muy valiosa para otras compañías y los ciudadanos deberán decidir qué se puede hacer y qué no con esa información. Además, en muchos casos, las innovaciones, lanzadas por empresas privadas que no entienden las necesidades de los pacientes o promovidas solo desde el punto de vista de los médicos, tienen un escaso nivel de aceptación entre el público.

Con el objetivo de cambiar esta tendencia y tratar de involucrar más a los que al final serán los usuarios de la tecnología, la Comisión Europea a través de la iniciativa REIsearch ha lanzado una campaña de información y participación para recabar la opinión de la ciudadanía. Ellos recuerdan que la innovación no solo es cuestión de poner en el mercado buenas aplicaciones tecnológicas. Es necesario un cambio cultural para que la innovación lo impregne todo y no se apliquen parches novedosos sobre un sistema obsoleto.