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Paradójicamente es el aire, imprescindible para mantener la llama de la vida, el principal vehículo de transmisión de esta enfermedad

ADELA MUÑOZ PÁEZ | Artículo original

“Podemos decir, con los antiguos, que la llama de la vida se enciende en el momento en que el niño respira por primera vez y se extingue solo con la muerte”  (Antoine Lavoisier, 1789)

Antoine Lavoisier, el padre de la química, fue la primera persona que descubrió que en el aire había un gas imprescindible para la vida, lo bautizó con el nombre de oxígeno e identificó su papel en la respiración y en el metabolismo humano. La guillotina segó su vida y retrasó el conocimiento de los procesos químicos que tienen lugar en los seres vivos, pero hoy nadie ignora que la forma más rápida de acabar con la vida de un persona es privarla de oxígeno, bien por asfixia, bien haciendo que su corazón se detenga.

Por ello, uno de los efectos más letales del covid-19 es el desarrollo de una neumonía, porque al causar un mal funcionamiento de los pulmones, bloquea el necesario paso del oxígeno a la sangre, priva a las células del mismo y puede llegar a causar la muerte (la guillotina es otra forma drástica de privar de oxígeno a las células del cerebro). Para tratar estos efectos del covid-19 se emplean fármacos para revertir el deterioro de los pulmones y mecanismos para facilitar la respiración, como enriquecer en oxígeno el gas que respira el enfermo (en el aire que nos rodea solo la quinta parte es oxígeno). Pero cuando esto no es suficiente y se da hipoxemia, es decir la cantidad de oxígeno en la sangre arterial es insuficiente para que las células funcionen correctamente, se recurre a respiradores artificiales que se encargan de llevar oxígeno a los pulmones, donde es captado por la hemoglobina de la sangre, que a su vez libera el CO2 procedente de las células.

Estrés corporal

El empleo de estos respiradores requiere una acción muy agresiva y delicada, porque hay que introducir un tubo por la tráquea al enfermo, lo que lo incapacita para alimentarse, beber y hablar. Además hay que inducir una sedación y suprimir ciertos mecanismos de la respiración normal, para que el respirador asuma las funciones que no son capaces de realizar los pulmones. La sedación continuada, junto con la ventilación mecánica y el encamamiento, suponen un estado de estrés para el cuerpo que conlleva un importante deterioro físico. 

Paradójicamente es el aire, imprescindible para mantener la llama de la vida, el principal vehículo de transmisión de esta enfermedad. Aunque inicialmente se pensó que los ‘fómites’, las superficies contaminadas con virus, eran los principales responsables del contagio y por ello se insistía en el empleo de guantes y en la desinfección de todas las superficies, en los últimos meses se ha establecido que la principal vía de contagio son las microgotitas expelidas por las personas contagiadas cuando respiran, hablan o tosen. Hay dos grupos principales de estas gotas: las que tienen un diámetro inferior a 100 micras (como el diámetro de un pelo) y las que tienen un diámetro superior a 300 micras. Estas últimas, llamadas gotículas, caen en segundos al suelo o a las superficies próximas a la persona contagiada y de esa forma las contaminan. Las gotitas de diámetro inferior a 100 micas, llamadas también aerosoles, pueden permanecer en suspensión durante horas y alejarse varios metros de la persona contagiosa.

Las gotitas asesinas

Según los últimos estudios, estos aerosoles son la principal vía de contagio, de ahí la necesidad de llevar la mascarilla siempre que estemos con personas con las que no convivimos, mantener una distancia de seguridad, y relacionarnos con no convivientes preferentemente en entornos abiertos. En el caso de tener que estar en entornos cerrados, éstoshan de estar bien ventilados, para que las corrientes de aire arrastren y dispersen las gotitas asesinas.

¿Por qué no nos explicaron esto hace meses? Porque no se ha sabido hasta hace poco, tras realizar infinidad de estudios en campos tan variopintos como dinámica de fluidos, virología o epidemiología. Y es que llegar al conocimiento científico es como caminar sobre un lago helado: tenemos que avanzar con pasos pequeños y prudentes, no podemos correr porque nos hundiríamos sin remedio; solo avanzando de forma lenta pero segura podremos llegar sanos y salvos a la orilla sin hundirnos en el camino.