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ADELA MUÑOZ PÁEZ | Artículo original

Una amiga me contaba hace poco que no sabía si asistir a la celebración del bautizo de un sobrino en el chalet de su hermano porque podía haber un número de invitados superior al que la ley permite. Parece que el efecto del covid-19 se ha reducido a esa preocupación; la época en la que cada día había varios cientos de muertos, las ucis estaban colapsadas y el miedo al contagio nos atenazaba empieza a parecernos un mal sueño, especialmente a los que vivimos en las regiones menos castigadas por la pandemia y no hemos perdido a ningún ser querido. Los jóvenes retoman los botellones, las playas son nuestros paraísos perdidos y recuperados, nos entra la prisa por recuperar las cervezas pendientes y las celebraciones familiares, y sentimos una grata sensación de alivio al haber sobrevivido, especialmente si nuestros trabajos también han resistido.

Pero ¿de verdad ha pasado el peligro? Nadie puede negar que en España estamos infinitamente mejor que hace un mes y medio y en Europa, en general, también, a pesar de que en el Reino Unido, el país europeo con mayor número de afectados y víctimas mortales, sigue habiendo muchos días con cientos de muertos por coronavirus.

No obstante, la situación en América es muy distinta. El covid-19 tiene un efecto parecido al de un huracán devastador que, tras haber arrasado Europa, ataca ahora de forma inmisericorde al otro lado del Atlántico, donde ya se concentran casi la mitad de las personas contagiadas en el mundo, 3,71 millones de un total de 7,67 según la Organización Mundial de la Salud, el día 13 de junio.

En los países más poblados del continente americano, Estados Unidos y Brasil, se producen varias decenas de miles de contagios cada día, afectando de forma especialmente cruel a los barrios más pobres, como las favelas de Río o los barrios negros de las ciudades estadounidenses. El virus no entiende de razas ni clases sociales, pero la atención sanitaria y la calidad de la vivienda sí. La incidencia del virus también está aumentado de forma alarmante en el Sudeste Asiático. ¿Seguirá el virus su camino hacia el oeste y dentro de unos meses volverá a asolar Europa o, como sucede con los huracanes, se desactivará solo?

Aunque una pandemia no tiene nada en común con un huracán, excepto su capacidad mortífera, también los virus pueden desactivarse porque están mutando constantemente y con algunas de esas mutaciones pueden perder la capacidad de contagiar o de atacar al organismoO puede pasar lo contrario. Lo cierto es que nos movemos en un mar de incertidumbre porque solo sabemos lo que hemos podido aprender desde que empezó la epidemia y lo que podemos predecir estudiando pandemias similares que sucedieron en el pasado. Al inicio de la crisis se sabía aún menos y esa falta de información fue la que hizo que organismos como la OMS emitieran comunicados cambiantes y a veces contradictorias: iban aprendiendo a marchas forzadas día a día.

No obstante, gracias al ingente trabajo que están haciendo investigadores e investigadoras de todo el mundo, conocemos el ADN del virus, su forma y tamaño, su capacidad de replicación, el camino que sigue para entrar en las células del cuerpo humano, cómo se transmite de una persona contagiada, sintomática o asintomática, a otra. También sabemos cuánto tiempo permanece activo en superficies de plástico, metal o papel y qué limpiadores lo eliminan.

Pero a pesar de todos los esfuerzos que se hacen para encontrarla, aún no tenemos vacuna y no es probable que tengamos una segura y eficaz a lo largo de este año. Por ello no podemos olvidar que el virus sigue ahí y que ahora está segando miles de vidas cada día en el continente americano. Y como sabemos que se transmite esencialmente de persona a persona, tenemos que mantener una distancia mínima de dos metros con todas las personas con las que no convivimos, no darnos la mano o un beso al saludarnos, no participar en reuniones con un elevado número de personas y seguir llevando mascarilla cuando salgamos de casa. También sigue siendo imprescindible que nos lavemos las manos frecuentemente y limpiemos la superficie de todo lo que venga de fuera de nuestra vivienda habitual.

Pero sobre todo tenemos que seguir confiando en la ciencia, porque a pesar de sus incertidumbres, sigue siendo lo único que nos puede volver a salvar del abismo en el que estuvimos a punto de caer hace tan solo un par de meses.