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MARTA MACHO STADLER | Artículo original

Hace poco, el grupo de mujeres de la Real Sociedad Española de Física denunciaba una enésima reunión profesional en la que las ponentes suponían un porcentaje insignificante. Varias reprochaban que Luz Morán Calvo-Sotelo, rectora de la UIMP, inaugurara el evento y Pedro Duque, Ministro de Ciencia e Innovación, lo clausurara. ¿Apoyaban una reunión que no contaba con prácticamente ninguna experta? Imma Aguilar Nàche, jefa de gabinete de Duque afirmaba: «Con esta desproporción, por decir algo, te aseguro que el ministro de Ciencia no clausura nada. Ya están avisados los responsables».

Parece que esos responsables intentaron aumentar el porcentaje de mujeres ponentes para contar con el ministro. Entiendo que no lo consiguieron —no es de extrañar— y el encuentro finalmente se canceló. Este tipo de situaciones suceden a menudo. Por ello, el gesto de Duque es importante: advierte que debe de haber expertas invitadas en proporción equitativa en cualquier reunión que desee el apoyo de su Ministerio.  La anterior situación discrimina a las mujeres en la ciencia porque las invisibiliza. Aunque no es la única que sucede en la academia.

‘Picture A Scientist’ (Imagina un científico) es un documental que denuncia las discriminaciones y el acoso sufridos por tres científicas a lo largo de sus carreras. Este proyecto ha sorprendido a muchas personas que pensaban que la violencia hacia las mujeres no sucedía en la academia. Quizás, anime a alguna mujer a contar también su historia.

Nancy Hopkins es bióloga molecular en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Fue becaria posdoctoral del premio Nobel James D. Watsony del también biólogo Robert Pollacken en el laboratorio Cold Spring Harbor. En el documental, Hopkins comenta un “incidente” que le sucedió en los años 1960. Francis Crick–que compartió Premio Nobel con Watson– entró en el laboratorio en el que ella estaba trabajando. Antes de que ella pudiese levantarse para saludarle, se detuvo detrás de ella y le manoseó los pechos mientras le preguntaba en qué estaba trabajando. Ella no quería “molestar” a su entonces tutor, Watson, comentándole el altercado y actúo como si no hubiera pasado nada. Recordemos que Watson tuvo un comportamiento lamentable con la cristalógrafa Rosalind Franklin.

Hopkins también explica cómo, siendo ya una investigadora senior en su facultad, comenzaron a tratarla como una técnica más que como una investigadora, incluso no dando crédito a sus artículos. A principios de la década de 1990, convencida de que sus colegas masculinos disponían de más espacio de laboratorio que sus compañeras, decidió demostrarlo con datos. Una noche, cuando su edificio estaba vacío, usó una cinta métrica para medir su laboratorio y los de sus colegas, documentando la diferencia de trato. Tras hacer públicos los números que había obtenido, Hopkins obtuvo el apoyo de casi un centenar de compañeras que admitieron, además, haber sufrido diferentes discriminaciones.

Raychelle Burks es profesora de química analítica en la American University (Washington D.C.) y comunicadora científica. Su historia se centra en la doble discriminación sufrida por ser mujer y afroamericana. Entre otros, Burks alude a la situación que se produjo cuando alguien entró en el despacho en el que ella trabajaba frente a su ordenador y la trató –solo por su aspecto–como si fuera la conserje. Además, la científica alude a la falta de sentido de pertenencia, debido a la reducida representación de mujeres afroamericanas en los congresos científicos de su área. Ignorada en muchos foros o receptora de correos electrónicos inapropiados, Burks explica que estas malas experiencias restan tiempo y energía a la actividad científica.

Jane Kathryn Willenbring es geomórfologa en la Stanford University. La investigadora revela que, en 1999, cuando aún era estudiante, fue humillada y agredida mientras realizaba un trabajo de campo en la Antártida. Diecisiete años después de aquella vivencia, decidió denunciar a su acosador, el geólogo David Marchant. Entre otras agresiones, Marchant hizo dudar a la joven geóloga de sus habilidades, la insultaba en público o la grababa para burlarse de ella mientras subía con dificultad por alguna zona inclinada y pedregosa. Marchant fue finalmente despedido de la Universidad de Boston y, en 2018, en un admirable acto de “justicia poética”, e lglaciar Marchant pasó a llamarse Matataua, que en maorí significa “un explorador ante las tropas”.

La autora de este artículo forma parte de la Red de Científicas Comunicadoras de El Periódico, que cuenta con el apoyo de la Fundación Dr. Antoni Esteve.