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GONZALO CASINO / @gonzalocasino / gcasino@escepticemia.com / www.escepticemia.com

Sobre el bienestar que procura la naturaleza y su abordaje científico y humanístico

The New York Times ha publicado recientemente un extracto del nuevo libro póstumo de Oliver Sacks, Everything in its place, en el que el neurólogo británico reflexiona sobre el poder curativo de los jardines. “En 40 años de practicar la medicina, he descubierto que solo dos tipos de “terapia” no farmacológica tienen una relevancia especial para los pacientes con enfermedades neurológicas crónicas: la música y los jardines”, escribe. Aunque reconoce no saber explicar cómo la naturaleza ejerce un efecto calmante y organizador en nuestro cerebro, el afamado escritor de relatos clínicos cree que la naturaleza despierta algo muy profundo en nuestro interior y ejerce efectos beneficiosos, no solo espirituales y emocionales, sino también físicos y neurológicos. “No me cabe duda de que reflejan cambios profundos en la fisiología del cerebro y, quizá, incluso en su estructura”, concluye.

La atracción por la naturaleza y el bienestar que nos procura es algo evidente y más o menos experimentado por todos. Este amor innato por los seres vivos o biofilia, según lo denominó el entomólogo Edward O. Wilson en un libro de 1984 del mismo título, ha dado lugar a numerosos estudios sobre los posibles efectos terapéuticos de la naturaleza. “Los jardines, como el mundo natural que representan, tienen un efecto reconstituyente y curativo”, afirma Wilson en su reciente libro Los orígenes de la creatividad humana (p. 155), apoyándose en diversos estudios que han mostrado cómo la contemplación de la naturaleza se asocia con una reducción del estrés, la presión sistólica, la tensión facial y otros parámetros, así como con una recuperación postquirúrgica más rápida, con menos complicaciones y menor necesidad de analgésicos. Sin embargo, todos estos efectos no permiten confirmar a ciencia cierta que la naturaleza tenga realmente un efecto curativo. Una reciente revisión de los efectos en la salud y el bienestar de la participación en actividades de conservación y mejora del medio ambiente no ha encuentra pruebas concluyentes, aunque sí muestra niveles altos de beneficios percibidos por los participantes.

Esta ausencia de evidencias científicas de calidad sobre el efecto terapéutico de la naturaleza ni es contradictoria con la percepción individual de bienestar ni es una prueba de que no haya evidencias. Estudiar el efecto de la naturaleza es, sin duda, más complejo que el de un fármaco u otras intervenciones médicas. La propia hipótesis de la biofilia, que dice que los humanos poseemos una tendencia innata a buscar el contacto con otras formas de vida, planteada por Wilson, no es fácil de investigar y confirmar. Y tampoco lo es la hipótesis de que tenemos grabado en los genes un ambiente natural predilecto, semejante al de la sabana africana en el que surgieron nuestros antepasados, con algún lago o río próximo, amplios prados y árboles dispersos de troncos cortos y una copa amplia (hipótesis de la sabana). En cualquier caso, como afirma Wilson de forma consecuente con la teoría evolutiva, “hay muchísima Madre Naturaleza en nuestros genes”.

La vida urbana es apenas un suspiro en relación con la larga vida de la especie en el medio natural. Pero esto no implica que haya que idealizar la naturaleza, pues como se preguntaba Sánchez Ferlosio, “¿qué es más naturaleza: un león persiguiendo a un antílope en el Parque Nacional de Tanganika o un gato persiguiendo a una rata bajo la luz de los faroles junto a la interminable pared del matadero?” Más allá de nuestra querencia por la naturaleza y de sus posibles efectos beneficioso, lo que parece claro es que la actual degradación del planeta nos afecta profundamente y puede comprometer nuestro bienestar. Si la naturaleza es nuestra patria común, el necesario movimiento global por la sostenibilidad podría obrar como un nuevo relato global, que trascendiera religiones y políticas nacionalistas, y que pudiera ser incluso un punto de encuentro entre las ciencias y las humanidades.


Autor
Gonzalo Casino es periodista científico, doctor en medicina y profesor de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País durante una década y director editorial de Ediciones Doyma/Elsevier. Publica el blog Escepticemia desde 1999.

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Columna patrocinada por IntraMed y la Fundación Dr. Antoni Esteve