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Desde el 2012, el ingreso de alumnos ha caído cinco puntos porcentuales respecto a la población de 18 años

Catalunya ha pasado en seis años de la quinta a la novena comunidad autónoma en proporción de universitarios

VERA SACRISTÁN | Artículo original

Cada año, por estas fechas, se vuelve a hablar de los precios de las matrículas universitarias. Este año, además, las tasas han sido objeto de una pregunta parlamentaria en el Congreso de los Diputados y de otra en el Parlament de Catalunya, en las que se ha puesto en cuestión el modelo instaurado en el 2012. Los medios de comunicación han vuelto a recordarnos que, desde el curso 2012-2013, Catalunya es la comunidad autónoma con los precios mas altos de todo el Estado, y que matricularse en la universidad puede llegar a costar más del triple en Catalunya que en cualquier otra comunidad autónoma.

Unos partidos políticos están a favor de mantener los precios actuales (congelados de nuevo para el próximo curso 2018-2019) y otros piden en cambio que se bajen. También lo reclaman los rectores de las universidades y las asociaciones de estudiantes. Además, en Catalunya existen dos acuerdos del Parlament instando al Govern a reducir los precios de manera substancial, en un porcentaje de hasta el 30%. La Generalitat responde, a estas reivindicaciones, que los precios altos ya se ven compensados por los descuentos que se conocen bajo el nombre de becas equidad. Y, mientras tanto, una parte de la ciudadanía se pregunta, como mínimo, qué puede justificar precios tan diferentes para cursar los mismos estudios en condiciones muy similares. Y la única respuesta posible es que cada gobierno autonómico dedica el dinero público a unas cosas u otras en función de sus prioridades políticas.

Ahora que ya han pasado unos cuantos años, empieza a ser hora de analizar con datos objetivos qué efectos ha tenido sobre la matrícula el sistema de precios universitarios implantado en el 2012, después de que el Ministerio de Educación ordenara reducir el gasto educativo.

Trabajo escaso, más estudios

Al empezar la crisis económica en el 2008, el número de personas que se matriculaba en la universidad en Catalunya para cursar estudios de grado comenzó a crecer en relación con la población en edad de acceder a la universidad: 18 años. En tan solo cuatro cursos, la proporción aumentó ocho puntos porcentuales. Se trata de un fenómeno conocido: cuando el trabajo escasea, las personas jóvenes y sus familias reaccionan incrementando su formación. En parte, porque el coste de oportunidad disminuye, es decir, porque cae la expectativa de los ingresos que el o la estudiante deja de percibir por el hecho de estudiar en vez de insertarse en el mercado laboral. En parte, porque formarse más incrementa las posibilidades de encontrar un trabajo, así como la calidad de este.

El crecimiento del acceso a la universidad pública se truncó el curso 2012-2013, coincidiendo con el cambio súbito del sistema de precios universitarios, a pesar de que la crisis, en aquel momento, seguía bien vigente. Seis años más tarde, el número de estudiantes que acceden a las universidades públicas en Catalunya ha caído casi cinco puntos porcentuales respecto de la población de 18 años de edad.

Una cosa está clara: desde el curso 2011-2012, el acceso a la universidad pública no evoluciona en paralelo a la población catalana de 18 años de edad. Coincidencia no implica causalidad, pero por ahora no disponemos de una explicación mejor para este cambio de rumbo que la del incremento de los precios. Por otro lado, esta sería una explicación clásica en economía de mercado: cuando los precios suben, la demanda baja.

Catalunya, el ejemplo más claro

Cuando se compara esta evolución con la del conjunto de España, se reafirma la sospecha de que los altos precios de las universidades públicas catalanas pueden ser la causa de este comportamiento. Justo antes del cambio del sistema de precios, Catalunya era la quinta comunidad autónoma con más estudiantes universitarios como proporción de su población de 18 años de edad y se situaba 1,3 puntos porcentuales por encima de la media del conjunto de España. Tan solo seis años más tarde, ha caído a la novena posición y ahora se encuentra por debajo de la media española.

Esto no puede ser bueno para desplegar una economía fuerte en desarrollo e innovación, más basada en el conocimiento, la ciencia y la tecnología y menos dependiente del turismo, los servicios o, peor aún, de la especulación financiera. Hay que corregir esta situación, y hay que hacerlo urgentemente, porque los estudiantes que acceden a la universidad hoy no podrán aportar los frutos de su formación al sistema económico y productivo hasta al cabo de un cierto número de años. En este ámbito, pues, las decisiones que se toman hoy solo comenzarán a dar resultados dentro de unos años. Y ya llevamos demasiado retraso.

La autora de este artículo forma parte de la Red de Científicas Comunicadoras.