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Me siento afortunada por la espléndida madurez posmenopáusica de las mujeres de mi generación

ADELA MUÑOZ PÁEZ | Artículo original

Aunque en España comenzamos a retomar con precaución los hábitos veraniegos de antaño, la pandemia sigue azotando muchos países americanos y del sudeste asiático. El más afectado, Estados Unidos, contabiliza ya más de 130.000 muertos y casi tres millones de contagios, mientras que el presidente de Brasil, el segundo país con más víctimas, ha dado positivo en el test de coronavirus tras haber negado repetidamente la gravedad de la epidemia que asola su país.

Pero tampoco en España podemos cantar victoria: el número de rebrotes no deja de crecer porque el virus sigue aquí y estará con nosotros bastante tiempo. Por ello, la viróloga Margarita del Val, directora de la plataforma de investigación sobre la covid-19 Salud Globalimpulsada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), dice que hemos comenzado los “años de pandemia”. Fue también una mujer, la hepatóloga y epidemióloga Li Lanjuan, la que dio la voz de alarma en China recomendando que se tomaran medidas drásticas de aislamiento en Wuhan antes del 24 de enero, día del año nuevo lunar chino. Tras conseguirlo, siguió trabajando en los hospitales de Wuhan hasta finales de marzo, cuando la situación comenzó a estar controlada en esa ciudad. Por su actuación la llamaron la diosa de Wuhan, nombre con el que se ha hecho famosa en toda China.

El hecho de que dos mujeres maduras -Li Lanjuan tiene 73 años y Margarita del Val, 61- tengan papeles protagonistas en una emergencia mundial es una situación sin precedentes en la historia de la humanidad. Por ejemplo, las mujeres estuvieron ausentes en la lucha contra la mal llamada ‘gripe española’ que estalló tras la primera guerra mundial causando más muertes que ésta. En esa época a las mujeres maduras se les negaba casi el derecho a vivir porque habían dejado de servir para realizar su función primordial: traer hijos al mundo. No es de extrañar que hasta hace no mucho se pudieran leer afirmaciones como la del doctor Marañón, que en su obra ‘Los estados intersexuales en la especie humana’, publicada en 1929, decía que las mujeres climatéricas perdían el cabello en la parte frontal, de forma similar a los varones de edades similares.

Al comentar con varias amigas, climatéricas como yo, esta afirmación tan peregrina, una de ellas me hizo notar que cuando se escribió esta obra muy probablemente las mujeres a partir la cincuentena tenían cabelleras menos lustrosas que las nuestras y no solo en la parte frontal. Entre otras cosas porque los embarazos y partos encadenados cuando no había más métodos de control de la natalidad que el aborto -al que solo recurrían las muy desesperadas- agostaban a la mujer más fuerte y sana. Ya hubo una gran diferencia entre mis embarazos y los de mi madre solo por el hecho de contar con suplementos nutricionales. Mi suegra suele decir que a ella cada hijo le costó una muela, y no habla de forma metafórica. El déficit que originó el deterioro de su dentadura pudo ser el mismo que empujaba a las embarazadas a tener el antojo de comerse el ‘caliche’ de las paredes, lo cual,  probablemente, era la respuesta del organismo ante la carencia alimenticia de calcio, un elemento esencial para el desarrollo del esqueleto del feto.

Pero a pesar de que embarazos y partos entrañaban un gran riesgo para la salud de la madre -dos de mis bisabuelas murieron de parto-, en el primer tercio del siglo XX estos eran solo los primeros de un rosario de infortunios. Sin vacunas ni antibióticos, la mortalidad infantil era muy elevada, lo cual era una fuente adicional de sufrimiento y deterioro de las madres. Y la llegada del climaterio, que ponía fin a esas desventuras, hacía que las mujeres perdieran su razón de existir y con ello su consideración social. Por todo ello no es de extrañar que las mujeres climatéricas de entonces tuvieran malos pelos.

En contraste con ellas, me siento afortunada por la espléndida madurez posmenopáusica de las mujeres de mi generación. Nosotras podemos disfrutar de vidas plenas gracias, entre otras cosas, al hecho incuestionable de que, aunque ya no podamos parir, seguimos teniendo papeles relevantes en nuestra sociedad, como el de las doctoras Li Lanjuan y Margaria del Val. Ellas, como la hepatóloga Trinidad Serrano, mi colega de AMIT, y como muchas otras mujeres climatéricas miembros del personal sanitario, han devuelto la vida a muchas personas infectadas por un virus minúsculo con forma de corona, arriesgando muchas veces sus propias vidas, como las arriesgaban nuestras abuelas cuando daban a luz.


Catedrática de Química de la Universidad de Sevilla. Miembro de la Red de Científicas Comunicadoras.