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Rusia se comprometió en 1992 a destruir todas sus existencias del compuesto utilizado contra el opositor ruso

ADELA MUÑOZ PÁEZ | Artículo original

Tras varias semanas de especulaciones truculentas y de desmentidos, el pasado día 8 de septiembre se desveló la causa de la enfermedad que sufría Alexei Navalni, un opositor a Putin, tras caer fulminado el 20 de agosto mientras volaba desde Siberia hacia Moscú, obligando a hacer un aterrizaje de emergencia en Omsk. Nada más conocerse la noticia, las personas del entorno de Navalni hablaron de envenenamiento y sugirieron que se lo habían dado con un té que tomó en el aeropuerto de partida; las autoridades policiales locales también hablaron de envenenamiento el primer día. No obstante, los responsables médicos del hospital de Omsk al que fue trasladado, dijeron que Navalni sufría un desorden metabólico y, alegando la gravedad de su estado, se negaron a autorizar su traslado a un hospital extranjero, como pedía su familia. Finalmente, ante la presión internacional, permitieron que Navalni viajara al hospital de la Charité en Berlín en un avión medicalizado el 22 de agosto. 

En este hospital comenzaron a tratarlo con un sustancia que tiene propiedades anticolinérgicas, la atropina, nombre que puede resultarnos familiar porque se emplea en oftalmología para causar la dilatación de la pupila. El efecto beneficioso del tratamiento con atropina indicó que la crisis debía de haber sido causada por un agente neurotóxico inhibidor de la acetilcolinesterasa. Un ejemplo de tales agentes son los organosfoforados, compuestos llamados así porque presentan enlaces fósforo-carbono (P-C), que afectan la transmisión de los impulsos nerviosos, por lo que se han empleado en agricultura como insecticidas y en tratamientos profilácticos, como los champús antipiojos.

El hospital de la Charité de Berlín informó el pasado día 8 de que el agente tóxico que mantenía a Navalni en un coma inducido era en efecto un organofosforado, pero no del tipo de los empleados como insecticida, sino uno de la familia Novichok, especialmente diseñada para matar seres humanos. Fueron desarrollados por la Unión Soviética en las décadas de 1970 y 1980 como parte de un programa secreto de armas químicas y pueden entrar en el cuerpo por inhalación o a través de la piel, lo que los hace muy apropiados para ser usados como gases de guerra, pero también a través del aparato digestivo. Todas las existencias de los mismos, que en Rusia se calcula que ascendían a 100 kilogramos, deberían haber sido destruidas tras la firma y ratificación por parte de Rusia de la Convención sobre Armas Químicas en 1992. Pero al parecer no fue así.

En 2018 el agente doble Sergei Skripal, que estaba en el Reino Unido tras un intercambio de prisioneros con las autoridades rusas, fue envenenado con esta sustancia cuando se encontraba en compañía de su hija Yulia en la ciudad de Salisbury. Ambos se recuperaron tras pasar varias semanas en el hospital, pero no fueron las únicas víctimas. Meses después un hombre encontró un perfumador en una papelera en el parque donde habían sido atacados los Skripal y se lo regaló a una mujer. El perfumador contenía Novichok y el hombre comenzó a sentirse mal a los 15 minutos de haberlo manipulado cuando ya la mujer se lo había echado en la muñeca; él se recuperó pero ella murió diez días después. Las investigaciones llevadas a cabo apuntaron como responsables a las autoridades rusas, las cuales negaron tajantemente su implicación en los mismos; este incidente diplomático causó la retirada del embajador en Moscú de varios países occidentales.

El antecedente más llamativo, y extraordinariamente caro, en el que las autoridades rusas estuvieron implicadas en el envenenamiento de un disidente, fue el ataque en el 2006 a Alexandr Litvinenko -que murió tras tres semanas de agonía- en Londres, con el isótopo radiactivo Polonio-210. 

El desarrollo y uso de venenos, que ha sido un arma muy empleada en las batallas políticas desde que puso y quitó emperadores en la Roma clásica, es una de las caras más sombrías de la ciencia. Esta ha resuelto el misterio de la enfermedad que aqueja a Navalni; esperemos que la humanidad no siga tolerando el uso del veneno por parte de los poderosos que aspiran a mantenerse en el poder a cualquier precio.

NB: Dado que los piojos del primer mundo se han hecho resistentes a casi todos los insecticidas, desaconsejo el uso de champús cuyo principio activo es el organofosforado malatión o el organoclorado lindano. Por experiencia con mi hija, el tratamiento que mejor funciona es pasar la peinilla a diario por cada mechón de cabello. Los ingredientes requeridos, paciencia y perseverancia, no los venden en ningún sitio, pero son unas destrezas hoy casi olvidadas que conviene desarrollar.

*Catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla y miembro de la Red de Científicas Comunicadoras.