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Nada sustituye al estímulo recíproco que se produce entre docentes y estudiantes

ADELA MUÑOZ | Artículo original

La covid-19 ha truncado las vidas de las personas que han padecido la enfermedad de forma severa, pero ellas no han sido las únicas víctimas: la pandemia está afectando a la sociedad en su conjunto y en ella, una de las actividades que más ha sufrido sus efectos ha sido la enseñanza. Como en las edades tempranas las relaciones entre alumnos y de estos con el profesorado son tanto o más importantes para su desarrollo y maduración que los conocimientos adquiridos, la vuelta de nuestros niños y adolescentes a colegios e institutos se consideró una prioridad tras el verano. En contraste, aunque rectores y rectoras defendieron la necesidad de que el alumnado universitario también recibiera las clases de manera presencial, estas no se consideraron prioritarias. La diferencia con respecto al alumnado de enseñanza primaria y secundaria es, por un lado, que las relaciones personales directas no son tan determinantes para los jóvenes, y por otro, que se daba por sentado que tanto el profesorado como el alumnado universitario disponía de los medios técnicos y de los conocimientos para que la enseñanza ‘online’ no disminuyera la calidad de la docencia.

Esto no era así en mi caso, por lo que a comienzos del curso me informé sobre las formas de enseñanza no presencial, que incluían la enseñanza virtual en sus múltiples variantes, los MOOC (‘Massive on-line courses) o los videotutoriales de profesores estrella. También hice un cursillo acelerado sobre el intrincado mundo de la comunicación virtual con ayuda de mis compañeros que ya pasaron por esa experiencia el curso pasado. Tuve que aprender a manejar programas de grabación y emisión, la interacción con cámara y micrófono, el efecto de las luces, el uso de material multimedia, el control de asistencia y evaluación del alumnado de forma remota, el uso eficiente de la pizarra convencional frente a una cámara (dejarla impoluta cada vez que borraba ha resultado crucial), etcétera.

¿Estas modernas formas de enseñanza podrían desterrar al baúl de los recuerdos a las anticuadas clases presenciales? No parece ser el caso. De hecho, en los últimos años han surgido varias voces que defienden el papel insustituible de la relación directa entre profesorado y el alumnado. Por ejemplo, la de Salman Khan, Premio Princesa de Asturias de la Cooperación 2019 y fundador del método Kahn que siguen más de 100 millones de alumnos en todo en mundo en 46 idiomas. Este ingeniero norteamericano de origen bangladesí, profeta de la educación ‘online’ es, sin embargo, un defensor entusiasta de las clases presenciales porque cree, como Sócrates, que el aprendizaje nace del diálogo profesor-alumno. Por otro lado, numerosos estudios avalados por la UNESCO han puesto de manifiesto que la emoción condiciona en gran medida el aprendizaje, por lo que la interacción profesorado-alumnado es crucial. 

Recuperar el diálogo

¿Y qué hay de mi propia experiencia? Como le ha ocurrido a la mayor parte de mis compañeros profesores de universidad, tras trabajar horas extras para adaptarme al nuevo formato de enseñanza, mi sentimiento al impartir mis primeras clases frente a una pantalla de ordenador fue de extrañeza y desconcierto. Pero poco a poco fui encontrando canales de comunicación para recuperar el diálogo profesora-alumnado, a través de correos electrónicos, chats, actividades on line y, de vez en cuando, la gran alegría de podernos ver en persona. Porque para mí, como para Sócrates, este diálogo es vital para que se de una enseñanza fructífera. 

Tras esta experiencia, he llegado a la conclusión de que las muy denostadas clases magistrales son una de las formas más útiles de transmisión del conocimiento. No obstante, en las actuales circunstancias de movilidades restringidas, la tecnología que posibilita la conexión profesorado-alumnado, es una herramienta imprescindible.

Como dice Joaquim Fuster, neurólogo y profesor emérito de la universidad de California, en el aprendizaje, nada sustituye al estímulo del maestro. A lo que yo añado que en la enseñanza nada sustituye al estímulo que recibe el profesor por parte de los alumnos y alumnas, estímulo que para mí convierte la docencia en una de las profesiones más hermosas.