Un estudio con personas supercentenarias no encuentra variantes genéticas comunes a las personas más longevas y sugiere que se trata de un rasgo complejo

DANIEL MEDIAVILLA / NOTICIA MATERIA

Vivir más de un siglo es cuestión de azar. Para alcanzar los ochenta o incluso los noventa años de edad, una vida sana puede desempeñar un papel importante, pero para llegar más allá es necesario ser un mutante. Entre la población normal, la longevidad depende hasta en un 30% de los genes. Sin embargo, esa cifra se incrementa entre las familias que alcanzan edades excepcionales.

Los supercentenarios, esos raros humanos que viven más de 110 años, no siempre son monjes del brócoli y la carrera matutina diaria. Jeanne Calment, una francesa que murió con 122 años, el récord de todos los tiempos, fumaba dos cigarrillos diarios y comía un kilo de chocolate a la semana, y un estudio en la isla japonesa de Okinawa mostró que la mitad de los supercentenarios del lugar fumaban, y un tercio bebía alcohol. Parece claro que estos privilegiados cuentan con un sistema de protección tan potente que casi no se ve afectado por los factores ambientales.

El 90% de los supercentenarios son mujeres

Para tratar de desentrañar ese secreto genético, se han realizado numerosos estudios que tratan de encontrar una combinación común a la longevidad extrema. El último de estos análisis, que se publica hoy en la revista PLoS ONE, trató de encontrar variantes genéticas comunes a 17 supercentenarios. Estas particularidades deberían producir proteínas diferentes a las personas comunes con efectos protectores frente a enfermedades como el cáncer o los problemas cardiovasculares. Así se podría explicar, por ejemplo, que solo un 19% de las personas que viven más de un siglo sufre algún tipo de cáncer, frente al 49% de la población normal, y que padezcan menos enfermedades cardiovasculares.

Sin embargo, los autores, liderados desde la Universidad de Stanford, no encontraron estos genes comunes que expliquen la existencia de personas tan longevas. A Timothy Cash, un investigador del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) que el año promovió otro estudio en busca de estas variaciones, no le extraña que no se hayan encontrado porque “se han analizado muy pocas muestras”. En su estudio, publicado en la revista Aging Cell, en lo que supone un hito en esta búsqueda del secreto genético tras los supercentenarios, sí encontraron mutaciones raras en el gen de la alipoproteína B, relacionado con la asimilación del colesterol malo.

Una de las mujeres estudiadas continuó trabajando hasta los 103 años

Pese a no haber logrado detectar variantes genéticas especiales en los supercentenarios, los autores de este último estudio creen que será posible lograrlo si se acumula el conocimiento suficiente, algo que no es tan sencillo en una población tan escasa. Lograrlo, piensan, puede “ayudar a extender la edad media de la gente normal”, opina Kim Stuart, investigador de la Universidad de Stanford y autor principal del artículo. “Los supercentenarios [un 90% son mujeres] parecen tener un reloj del envejecimiento más lento”, señala Kim. “Leila Denmark, por ejemplo, trabajó como pediatra hasta los 103 años y estuvo lúcida y en forma hasta una edad muy avanzada”, cuenta. Estas personas además, no suelen tener unos últimos años de vida especialmente lastrados por la enfermedad.

Una vez que se lograsen identificar los genes protectores, la investigación podría centrarse en encontrar maneras de fomentar su actividad o, en el futuro, modificar o cambiar las variantes negativas a través de la terapia génica. Por ahora, a falta de trabajos que consigan más información, la posibilidad de superar el siglo de vida está solo al alcance de los pocos humanos que aún guardan entre sus genes el secreto de los supercentenarios.