Una pareja de cardiólogos españoles, ‘recuperada’ de EE UU, descubre la base genética de un problema cardíaco omnipresente en la sociedad

MANUEL ANSEDE / NOTICIA MATERIA

En el verano de 2003, un veinteañero español trabajaba “recogiendo la mierda de los cerdos y las ovejas” en el Estado estadounidense de Montana. Era Jorge Solís, un estudiante de Medicina nacido en Madrid en 1974. Pasaba tanto tiempo con los animales que todavía recuerda el nombre de todos ellos, cuyos corazones acababan extrayéndose para probar nuevas técnicas de cirugía o enseñar anatomía. Solís era el chico para todo de The International Heart Institute of Montana, uno de los mejores hospitales de cardiología de EE UU. Recogiendo el animalario se ganaba “el dinerillo” que le permitía estar de prácticas con el cirujano español Carlos Gómez Durán, “mundialmente conocido, salvo en España”, resalta Solís.

Gómez Durán, de 83 años, hizo su tesis doctoral en la Universidad de Oxford en la década de sesenta y fue pionero en la cirugía de las válvulas del corazón. En 2003, Solís trabajó como asesor médico en la telenovela española Luna Negra para poder viajar a Montana a aprender de su mentor. Ahora, junto a su mujer Leticia Fernández y otros colegas, acaba de publicar dos artículos científicos punteros, en las revistas Nature y Nature Genetics, que desvelan las claves genéticas de uno de los principales problemas que lleva a la cirugía del corazón: el prolapso de la válvula mitral. Afecta a una de cada 40 personas.

La historia de Solís y Fernández, ambos cardiólogos, es una muestra de las bambalinas de la ciencia de vanguardia. Los dos se conocieron en la Universidad de Harvard, cuando investigaban allí gracias a una beca. “Para sentarse al lado de algunos capos de la cardiología en Harvard, había gente que pagaba 6.000 dólares al mes. Pagas por estar pegado a esa persona y que te enseñe. En Boston me decían: hay dos formas de hacer un ecocardiograma, mal o al estilo Harvard”, recuerda Solís.

Jorge Solís trabajó limpiando un animalario y como asesor de una telenovela para pagarse su estancia en EE UU

Leticia Fernández (Gijón, 1977) no necesitó recoger excrementos. Gracias a sucesivas becas, pasó un año en Harvard y dos años más en el Hospital Monte Sinaí de Nueva York, donde el español Valentín Fuster dirigía la Unidad de Cardiología. “Fue mi mentor”, reconoce. En Harvard, rodeados de corazones de cerdos y ovejas, Fernández y Solís se enamoraron. Ahora tienen dos hijos, de cuatro meses y dos años, trabajan en el Hospital Universitario HM Montepríncipe e investigan juntos en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), en Madrid.

Valentín Fuster, director general del CNIC, fue el artífice de traer a la pareja de vuelta a España. “Nosotros creemos en el talento enorme que tienen los cardiólogos e investigadores españoles y consideramos que una forma de aportar riqueza a nuestro país es formar a los jóvenes en los mejores centros de Estados Unidos para que posteriormente regresen a España a aplicar todo el conocimiento aprendido allí”, reflexionó Fuster en un comunicado con motivo de la publicación de los artículos científicos.

La investigación que juntó los corazones de Solís y Fernández gira en torno a la válvula mitral, las compuertas que hacen que la sangre fluya en la dirección correcta en el lado izquierdo del corazón. El prolapso aparece cuando la válvula no se cierra de manera adecuada. Aunque afecta a una de cada 40 personas, en la mayor parte de los casos es inofensivo. Pero también puede ser fatal.

Una de cada 40 personas tiene un prolapso de la válvula mitral, una anomalía que en los casos más graves provoca muerte súbita

“En la actualidad, estamos estudiando el prolapso más malo que te puedes encontrar: el prolapso maligno, asociado a muerte súbita y al desarrollo de insuficiencia cardíaca. Supone el 2% de todos los prolapsos”, explica Solís. “El problema puede parecer pequeño, pero sus consecuencias son muy graves. La muerte súbita es más frecuente en mujeres jóvenes en torno a los 20 o 30 años. Si caes en un hospital te pueden resucitar, pero si caes en un parque no te recuperas”, advierte Fernández.

Su artículo en Nature revela por primera vez que el prolapso puede tener una causa genética. El estudio apunta a mutaciones en el gen DCHS1 como responsables del mal funcionamiento de las compuertas del lado izquierdo del corazón. Son las primeras mutaciones descubiertas, pero puede haber más. El objetivo final es entender el defecto genético, detectarlo a tiempo y evitar miles de muertes súbitas, detalla Fernández. Los datos apuntan a que los peores prolapsos presentan una mayor base genética. “En algunos registros regionales, hasta el 10% de las muertes súbitas sin causa conocida están relacionadas con un prolapso. No hay un registro mundial”, señala Solís.

Ser padres y querer seguir en la vanguardia de la ciencia tiene un precio. “Llegamos a casa y, en cuanto los niños se duermen o se van con su tía, aprovechamos para escribir algo de nuestras investigaciones”, relata Fernández.