Un estudio muestra que en la mayor parte de los países de mundo el bienestar subjetivo desciende con la edad, salvo en los países anglosajones con elevados ingresos

DANIEL MEDIAVILLA / NOTICIA MATERIA

La crisis de la mediana edad, cuando se cobra consciencia de que ya no se es joven, que la biología no da marcha atrás y que un poco más adelante está la muerte, es una gran fuente de buenas historias. Tony Soprano, el neurótico jefe de la mafia de Nueva Jersey, o Thelma y Louise, la mítica pareja de amigas forajidas, son dos retratos de ese periodo atribulado. En ciencia, muchos estudios habían confirmado la existencia de esa etapa vital, mostrando que la satisfacción con la propia existencia tiene forma de U, mejor durante la juventud y la vejez y peor en la transición intermedia. Sin embargo, es posible que ese proceso no sea universal.

Un estudio que hoy se publica en la revista médica The Lancet, sugiere que lo que puede tener sentido para Tony Soprano, no lo tendrá para José Luis Torrente. Los autores, que han recopilado información de países de todo el mundo, sugieren que la idea de una vejez feliz tras la crisis de los 40 solo se ajusta a la realidad en los países de habla inglesa y elevados ingresos medios. En el resto del mundo, el sur de Europa incluido, la tendencia, aunque en diferentes grados, es que con el paso de los años se reduce la satisfacción con la propia vida.

Chimpancés y Orangutanes también tienen una crisis de la mediana edad

La idea de esa curva vital entre los humanos, sustentada por la concentración de estudios científicos en países anglosajones ricos, había recibido también el espaldarazo de estudios con chimpancés y orangutanes, que también sufrirían esa crisis, aunque en el caso de estos primates, menos longevos que nosotros, sucedería entre los 20 y los 30. Este descubrimiento, apoyaría la idea de que, más allá de la diversidad de las circunstancias culturales y económicas en que viven los humanos, habría factores biológicos detrás del bajón que puede llevar a un hombre a tratar de acostarse con el 30% de las mujeres del Estado de Nueva York.

En el artículo liderado por Andrew Steptoe, del University College de Londres, muestra que los niveles de incremento en la satisfacción general observada en los países anglosajones ricos, no se refleja en los de América Latina, pero ese empeoramiento en la percepción sobre la propia existencia es mucho más agudos en los países del antiguo bloque comunista. Allí, el 70% de los mayores de 60 años, afirmaron que el día anterior no habían sido felices. Los autores atribuyen este malestar a la abrupta transición de los países socialistas y a la pérdida de un sistema que, para muchos de esos ancianos, les proporcionaba sentido, servicios de salud y pensiones.

Los latinoamericanos son más positivos

No obstante, además de los factores puramente económicos, como reconoce el profesor de la Universidad de Princeton Angus Deaton, “es posible que algunos factores sociales condicione la forma en que la gente responde a las preguntas que se plantean en los estudios”. “Los latinoamericanos tienden a ser más positivos y los chinos más negativos”, ejemplifica.

En los antiguos países comunistas, el 70% de los mayores de 65 dijo que el dia anterior fue infeliz

El interés de este tipo de estudios, que se publica dentro de una serie de artículos sobre salud y envejecimiento, se encuentra, por un lado, en la necesidad, planteada por economistas como el premio Nobel Joseph Stiglitz, de valorar la propia valoración del bienestar para completar otros marcadores de progreso como el PIB. Además, desde el punto de vista de la salud, se ha observado una correlación entre el bienestar percibido y una menor enfermedad y mortalidad. Los autores alertan, sin embargo, ante el peligro de exagerar la importancia de esa correlación y transmitir la idea de que quien enferma tiene la culpa de su mal por no ser capaz de sentirse mejor con su vida. No obstante, a la vista de los resultados, Steptoe y su equipo consideran recomendable que las autoridades, además de fijarse en la mortalidad y la discapacidad a la hora de planificar sus políticas sanitarias, no descuide el estado psicológico de los ciudadanos.