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La científica actuó toda su vida como si tuviera los mismos derechos que un hombre, a pesar de que sufrió tratos especiales por ser mujer

ADELA MUÑOZ-PÁEZ | Artículo original

Nunca he creído que por ser mujer deba merecer tratos especiales. De creerlo estaría reconociendo que soy inferior a los hombres, y yo no soy inferior a ninguno de ellos.

Esta frase atribuida a Marie Sklodowska-Curie, la única científica universalmente conocida, aparece en algunas webs en español acompañada a veces de consideraciones como esta: si ella fue galardonada como eminencia científica sin tratos especiales, ¿por qué no podrían hacerlo las estudiantes de ciencia hoy?

¿Dijo Marie Curie esta frase? Aunque yo no la he encontrado, no es extraño que dijera algo parecido, pero es conveniente matizarla. Ella desarrolló su carrera científica en unas condiciones extraordinariamente adversas. De entrada, tuvo que dedicar una gran parte de su tiempo a dar clases, porque el sueldo de su marido como profesor en un centro de enseñanza profesional era escaso y, además, tuvieron que costear su trabajo de investigación con sus sueldos. Por otro lado, Marie era una polaca viviendo en la muy ‘chauvinista’ Francia y una advenediza en el elitista mundo académico francés, donde ni siquiera Pierre Curie era bienvenido porque no era ‘normalien’ (formado en las prestigiosas Escuelas Normales Superiores) ni miembro de una gran universidad como la Sorbona. Comparado con estas dificultades, Marie debió de pensar que el hecho de ser mujer en un mundo de hombres era el menor de sus problemas.

Convivir con hombres excepcionales

Esa forma de pensar pudo estar en cierto modo justificada porque Marie tuvo la suerte de convivir con hombres excepcionales. Primero su padre Vladyslav Sklodowski, que detectó y alentó sus extraordinarias dotes intelectuales desde niña; después su marido, que la consideró una igual en la vida y en el trabajo. Aunque, quizá, el hombre que más mérito tuvo al darle su apoyo fue su suegro Eugène Curie, médico jubilado que no solo la ayudó en los partos, sino que se ocupó de cuidar a sus nietas para que Marie pudiera dedicarse a investigar… ¡a finales del siglo XIX! Más adelante, tras el ‘escándalo Langevin’, contó con el apoyo incondicional de científicos de la talla de Albert Einstein y de su cuñado Jacques Curie, también un gran científico.

Quizá por ello Marie pudo permitirse el lujo de no declararse feminista, pero actuó toda su vida como si tuviera los mismos derechos que un hombre, a pesar de que sufrió tratos especiales por el hecho de ser mujer. Para empezar, no pudo estudiar en la universidad de su país, la Polonia ocupada por Rusia, lo cual se convirtió en un obstáculo casi insuperable porque su familia no podía costearle estudios en el extranjero. Ella superó este primer obstáculo trabajando como institutriz interna en unas condiciones muy duras. En la universidad de la Sorbona, donde estudió física y matemáticas, encontró profesores que dieron más importancia a su brillantez que al hecho de que fuera una mujer.

No obstante, tras la defensa de su tesis doctoral sobre radiactividad no pudo impartir conferencias sobre ese tema en la Royal Institution británica, donde había sido invitada junto con Pierre, a pesar de que era un campo de trabajo iniciado por Marie que incluso había inventado la palabra que lo describía. Tras la muerte de Pierre, Marie tuvo muchas dificultades para ocupar su puesto en el Sorbona y la comunidad científica puso en duda todos sus logros científicos.

El ataque más feroz

Años más tarde, a punto de conseguir el segundo premio Nobel, no fue admitida en la Academia de Ciencias Francesa. Pero el ataque más feroz lo sufrió tras hacerse pública su relación con Paul Langevin, un colega científico separado: la insultaron llamándola judía, rusa, furcia, robamaridos; su vida y la de sus hijas corrió peligro; intentaron arrebatarle el segundo premio Nobel y, por supuesto, no pudo vivir con la persona de la que estaba enamorada. Por último, durante la Primera Guerra Mundial tuvo que vencer los prejuicios de los generales y los cirujanos franceses, que no querían mujeres ni en sus frentes ni en sus quirófanos. Marie los convenció de que su presencia era imprescindible para salvar las vidas de soldados heridos de bala haciéndoles radiografías que ayudaban a encontrarlas; para ello empleó fuentes de rayos X portátiles que ella montó y llevó al frente junto con su hija Irène en camionetas llamadas ‘pequeñas curies’ en su honor.

En contraste con Marie, su hija Irène Joliot-Curie fue una feminista militante que aprovechó la recepción de su propio Premio Nobel en 1935 para hacer un discurso en defensa de los derechos de las mujeres.  Gracias a que muchas otras feministas han seguido la estela de Irène hoy, 150 años después del nacimiento de Marie, estamos más cerca de conseguir el objetivo de todas esas luchas: que el término ‘feminismo’ llegue a ser un recuerdo del pasado, como lo es hoy el término ‘sufragista’, porque los derechos de las mujeres sean iguales a los de los hombres.