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GONZALO CASINO / @gonzalocasino / gcasino@escepticemia.com / www.escepticemia.com

Sobre los sesgos y torceduras del pensamiento por anteponer rapidez a precisión

Cortar una tela al bies o al sesgo es hacerlo en diagonal (el “biais” francés, del que derivó el “bias” inglés y el bies español, designa lo oblicuo o en diagonal). Esta imagen del corte oblicuo del entramado cartesiano de hilos y contrahilos bien puede valer como metáfora de los sesgos cognitivos. Por lo que se va sabiendo de estas desviaciones del pensamiento racional, cada vez resulta más evidente que pensar de forma sesgada o al bies es lo natural, y razonar sin sesgos, el resultado de un esforzado aprendizaje.

Hasta la década de 1970, se creía que la gente tiende a pensar racionalmente, si no es que se ofusca por el miedo, el afecto, el odio u otras emociones. Pero la ofuscación de la razón está muy bien asentada en la maquinaria cognitiva del cerebro humano, que ha sido cincelada con el negro y ciego escoplo de la evolución durante cientos de miles de años. De esto se dio cuenta el premio Nobel Daniel Kahneman, que documentó de forma sistemática los errores de razonamiento para proponer que nuestro cerebro tiene dos sistemas de pensamiento: el rápido o intuitivo (sistema 1) y el lento o racional (sistema 2). El más fuerte, el que manda y lleva las de ganar, es el intuitivo, mientras que el lento y perezoso pensamiento racional solo tiene opciones de entrar en liza en una segunda fase, a veces demasiado tarde.

El psicólogo Jonathan Haidt ha complementado esta imagen con la metáfora del jinete y el elefante, según la cual nuestro pensamiento es como un poderoso elefante que se mueve siguiendo sus instintos y que lleva en su lomo al jinete del razonamiento, quien es capaz de sopesar las consecuencias de los actos y hace lo que puede para gobernar al elefante. El elefante piensa de forma intuitiva y sesgada, y esto es muy eficiente en muchas ocasiones, en las que hay que anteponer rapidez a precisión, porque la supervivencia puede estar en juego. Pero el elefante, como dice Haidt, no es tonto ni déspota, y, si ha sido debidamente entrenado por el jinete, permite que sus instintos y sesgos puedan ser controlados cuando es preferible tomar decisiones racionales. La cuestión es si el jinete se ha esforzado lo bastante para reconocer los sesgos cognitivos y es capaz de enderezarlos.

Desde que Kahneman abrió la lata de los errores cognitivos, se han identificado decenas de sesgos que nos inducen a pensar de forma torcida e imperfecta, con errores lógicos y falacias en la argumentación. El catálogo no solo es incompleto y provisional, sino que carece de una taxonomía consensuada y contiene sesgos menores, pseudosesgos, duplicidades agazapadas en nombres que han hecho fortuna y hasta alusiones a marcas, como el efecto Ikea o el efecto Google, también llamado amnesia digital. The cognitive bias codex, con más de 180 sesgos ordenados elegantemente por familias y semejanzas, es una propuesta muy preliminar, pero bien resuelta gráficamente, que nos abre la mente al mundo de los errores cognitivos.

En el universo de los sesgos que es este codex, podemos encontrar bellas piezas de museo, como la navaja de Ockham; clásicos del pensamiento racional, como los estereotipos y los prejuicios; los intrigantes efectos de anclaje y de cheerleadero de animadora; la heurística de disponibilidad de Kahneman, y los siempre poderosos sesgos de negatividad, de autoridad y de confirmación, que es la inveterada tendencia a primar, buscar, interpretar y recordar la información que confirma nuestras creencias o hipótesis. Sobrevolando todos ellos, está uno de los principales, reconocido desde antiguo y advertido por Buda y en la Biblia, que es el de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.


Autor
Gonzalo Casino es periodista científico, doctor en medicina y profesor de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País durante una década y director editorial de Ediciones Doyma/Elsevier. Publica el blog Escepticemia desde 1999.

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Columna patrocinada por IntraMed y la Fundación Dr. Antoni Esteve