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Sobre la aplicación del arte del relato a la comunicación científica

El arte de contar historias no está ni más ni menos de moda que en la profunda prehistoria. Contar historias es una habilidad que nos viene de serie y que se ha valorado desde siempre. Los relatos ayudaron a modelar el cerebro de nuestra especie y a convertirnos en lo que somos. Esto es algo que tienen cada vez más claro paleontólogos, biólogos evolucionistas, genetistas y otros científicos que tratan de conocer nuestros orígenes. Lo que está de moda no es, por tanto, esta habilidad, sino más bien sus nuevos usos y escenarios, o quizá tan solo las nuevas denominaciones.

El storytelling, un nuevo nombre para el viejo arte de contar historias, ha vivido un cierto auge con las series de televisión y para vender todo tipo de bienes y servicios. Los relatos personales ayudan a llamar la atención, despertar emociones, recordar el mensaje y diferenciarse de la competencia. Los storytellers y los copywritters, redactores de textos persuasivos que incluyen historias personales y usan herramientas como el email marketing, son dos de los nuevos perfiles del contador de historias, aunque la novedad tenga más que ver con el nombre y los canales y herramientas que usan.

Conozco a un periodista freelancer que harto de la precariedad y frustrado por el declive de los medios, empezó a usar su talento para contar otro tipo de historias, no necesariamente basadas en hechos. En su tarjeta profesional cambió el devaluado perfil de periodista por el de storyteller, y empezó a ver cómo se le abrían más puertas y perspectivas laborales. Este podría ser material para una bonita historia de frustración y penalidades con un golpe de suerte y final feliz, pero no es cuestión de generalizar con una anécdota.

En el periodismo, allá por la década de 1960, muchos reportajes de la emergente información médica arrancaban con una historia personal, generalmente de alguien con una enfermedad grave o desconocida. La fórmula incluía testimonios y aportaba ese factor humano que despierta emociones y empuja a seguir leyendo. El problema de este recurso, utilizado luego en otros tipos de periodismo y del que quizá se ha abusado, está precisamente en su eficacia emocional, lo que puede desenfocar la realidad y magnificar un problema si no se aportan datos de contexto para cuantificarlo.

El storytelling ha llegado también a la comunicación científica. En principio, es una buena noticia, pues la eficacia comunicativa de una buena historia está fuera de dudas. Pero el reto no está solo en que la historia sea buena y ayude a comunicar, sino sobre todo en que nos cuente la verdad científica y no otra cosa. En ciencia hay algo por encima del poder de las historias, que son los datos objetivos y los hechos. Introducir un relato para comunicar temas de ciencia demasiado técnicos o complejos puede ser una tarea casi imposible. Pero siempre queda el eficaz recurso de la analogía para explicar algo complejo en términos de cosas más familiares. Tampoco es fácil encontrar una comparación adecuada, pero el reto es estimulante y hay cursos sobre cómo crear analogías para comunicar conceptos científicos complejos.

Quizá haya que repensar la comunicación para integrar los relatos. Pero lo cierto es que todavía no se conoce bien la eficacia real de las historias en la comunicación científica. Algunos estudios ya apuntan que son necesarios ensayos controlados a doble ciego para conocer la eficacia de diferentes estructuras informativas. La comunicación científica pretende transferir una imagen clara de un aspecto concreto de la ciencia a la mente de otra persona. Y cualquier recurso narrativo para conseguirlo, ya sean historias, analogías u otros, puede ser válido, pero siempre y cuando la imagen sea veraz.


Autor
Gonzalo Casino es periodista científico, doctor en medicina y profesor de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País durante una década y director editorial de Ediciones Doyma/Elsevier. Publica el blog Escepticemia desde 1999.


Columna patrocinada por la Fundación Dr. Antoni Esteve en colaboración con IntraMed.