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Algunos de los científicos más creativos tienen vocación de artista, como Cajal, cuyos dibujos se exponen en Estados Unidos.

Susana Martínez-Conde | Artículo original

Una peculiar colección de flora y fauna despliega sus formas inverosímiles sobre las paredes de la Grey Art Gallery de Nueva York. Elegantes anémonas, enredadas en algas, ondulan sobre el lecho marino en uno de los dibujos. En otro, delicados arácnidos deambulan entre las ramas fractales de los árboles de un cuento de hadas.

Las escenas de tinta y lápiz no reflejan paisajes soñados, sino que son el fruto de la labor científica de Santiago Ramón y Cajal, padre de la neurociencia y en su juventud aspirante a artista. Armado con un microscopio rudimentario e implementos de dibujo artísticos, Cajal se dispuso a desentrañar la biosfera cerebral. Sus esfuerzos se vieron premiados con el Premio Nobel en 1906, compartido con el italiano Camillo Golgi, “en reconocimiento de su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso.”

La exposición The Beautiful Brain (El Bello Cerebro)—desarrollada por el museo de arte Frederick R. Weisman de la Universidad de Minnesota, en colaboración con el Instituto Cajal en Madrid—presenta unos 80 dibujos neuroanatómicos, creados por Cajal entre 1890 y 1934. La exposición se mostrará también en el museo del MIT.            

A mano alzada     

Estos dibujos no son reproducciones exactas de las imágenes microscópicas. De hecho, Cajal raramente recurrió al uso de la cámara lúcida, un instrumento óptico que permite proyectar imágenes del microscopio al papel para su trazado. En su lugar, realizó la mayoría de sus dibujos a mano alzada, combinando a menudo en la misma ilustración observaciones realizadas en momentos y secciones cerebrales diferentes, y formulando en sus esquemas hipótesis específicas sobre la conectividad neural.

El principio unificador de la obra de Cajal llegó a ser conocido como la “doctrina neuronal”, el concepto fundamental de que el cerebro no es una red continua, sino que que está constituido por unidades de procesamiento diferenciadas y separadas anatómicamente, es decir, neuronas. Esta idea fue objeto inicial de controversia: Golgi, por ejemplo, no compartía la teoría de la neurona. Pero al final, esa doctrina se convirtió en uno de los principales cimientos de la neurociencia.  

Fue por complacer a su padre que Cajal le dio la espalda a sus ambiciones artísticas para matricularse en la facultad de medicina de Zaragoza, a poca distancia de su ciudad natal de Petilla de Aragón, en Navarra. Tras su graduación, desarrolló un profundo interés en histología, el estudio de los tejidos del cuerpo. Esta fascinación creciente le llevó a aplicar su predilección temprana por el dibujo y la pintura—y quizás más importante aún, su mirada de artista—a la investigación cerebral. Donde Golgi sólo observaba una jungla impenetrable de ramas entrelazadas, Cajal era capaz de apreciar cada sauce, álamo y aliso. La complejidad del bosque no le volvía ciego a los árboles.

Estudio sobre científicos artistas

Pocos científicos post-renacentistas han integrado investigación y arte con la perfección de Cajal. Aún así, el interés en actividades foráneas a la ciencia no es excepcional entre científicos de élite. En un trabajo publicado en 2008, Robert Root-Bernstein y sus colaboradores en la Universidad Estatal de Michigan decidieron documentar las aficiones artísticas de los “genios científicos”. Para ello, examinaron la información contenida en autobiografías, biografías y notas necrológicas de científicos ganadores de Premios Nobel, miembros de la Royal Society, y miembros de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU, y compararon sus datos con los obtenidos en encuestas sobre aficiones rellenadas por miembros de la asociación de científicos e ingenieros Sigma Xi, y por el público en general.

Las conclusiones fueron sorprendentes: la probabilidad de hobbies relacionados con el arte o la artesanía resultó ser más alta en Premios Nobel que en miembros de la Royal Society y National Academy. Estos últimos, a su vez, demostraron mayor evidencia de este tipo de actividades que los miembros de Sigma Xi o el público en general.  Asimismo, científicos y biógrafos insistieron frecuentemente en que tales pasatiempos inspiraron o les ayudaron con sus investigaciones. 

Es posible que actividades como éstas lubriquen los engranajes creativos de los científicos. En reconocimiento de esta posibilidad, Root-Bernstein y sus colegas aconsejan que la formación en matemáticas y ciencias no desplace a la instrucción en arte y humanidades. Pero también podría ser el caso que una mente creativa no se puede contener, sino que buscará incontables oportunidades de estimulación, tanto dentro como fuera del laboratorio.