GONZALO CASINO / @gonzalocasino / gcasino@escepticemia.com / www.escepticemia.com

Sobre la falta de estudios de calidad para saber si las bacterias “amigas” funcionan

Tras más de dos décadas en el mercado, los polémicos yogures y otros productos probióticos siguen recibiendo descalificaciones. Hasta el habitualmente ponderado The Guardian se despachó la semana pasada con una noticia que los calificaba como un “desperdicio de dinero”. La información se hacía eco de una revisión de ensayos clínicos publicada en la revista Genome Medicine que concluía que no hay pruebas que demuestren algún efecto de estos productos en la composición de la flora fecal de los adultos sanos. Por desgracia, esta parece ser toda la ciencia que hay. Afirmar, por tanto, que los probióticos no funcionan no es del todo correcto; lo cierto, insolente y casi inverosímil es que a estas alturas todavía no sepamos a ciencia cierta si las bacterias buenas funcionan o son un placebo caro.

Los probióticos están en un túnel acientífico tan preocupante para los consumidores como sonrojante para las autoridades sanitarias y los propios investigadores. ¿Cómo es posible que desde que aparecieron estos productos en 1993 no tenga respuesta la insoslayable cuestión de si tienen algún impacto sobre la flora intestinal y favorecen la salud digestiva? La revisión publicada en Genome Medicine es decepcionante y reveladora. Solo se han encontrado siete ensayos clínicos que analizan, en gente sana, los efectos de estas bacterias frente a un placebo. Pero estos estudios son tan diversos que no se ha podido hacer un metaanálisis con ellos y tienen tantas divergencias y limitaciones que solo ha sido posible concluir que faltan pruebas.

Por resumir sus deficiencias, los siete ensayos revisados se basan en muestras pequeñas (21 a 81 individuos), son de corta duración (en general, entre uno y dos meses), administran bacterias en alimentos diferentes (yogures líquidos, galletas, suplementos en bolsitas y cápsulas), analizan los datos de forma poco transparente, algunos no están cegados (los investigadores saben quién toma placebo y quién el probiótico) y otros ni siquiera comparan los dos grupos. Un solo ensayo bien planteado metodológicamente e impecablemente ejecutado hubiera sido más útil y barato para saber si los probióticos modifican o no la flora intestinal de la gente sana y, eventualmente, mejoran o no su salud gastrointestinal, algo por otra parte no tan fácil de definir y medir.

La publicidad, ciertamente, ha hecho mucho por mostrar que en la flora intestinal abundan las bacterias buenas, como las del género Lactobacillus. presentes en los probióticos. Estos productos son la mar de simpáticos, pues nos enseñan latín y contienen miles de millones de bacterias “amigas” que contrarrestan a las malas. Al principio fueron recibidos con los parabienes que merecen las iniciativas que apuestan por la innovación y la prevención, dos de los fetiches de nuestro tiempo. Con el tiempo, empezó a cundir que las bondades de estos productos no habían sido demostradas; hubo incluso alguna marca que recibió el premio a la mentira publicitaria más insolente de la organización alemana Foodwatch. Pero ni fabricantes ni grupos de investigadores independientes han sido capaces de realizar otra cosa que estudios con grandes limitaciones.

Si realmente se hubiera querido saber si los alimentos probióticos funcionan o no, probablemente ya lo sabríamos. En buen lógica empresarial, si las multinacionales tuvieran pruebas que demostraran que estos productos son beneficiosos para la gente sana, ya habrían trascendido, entre otras cosas para ampliar un mercado que ya representa casi 900 millones de euros. La ausencia de pruebas sobre el efecto saludable de las bacterias “amigas”, como bien saben los fabricantes, no es una prueba de que este efecto no exista. La mala ciencia quizá pueda favorecer a alguien; pero lo que está claro es que mantener a los probióticos en el actual limbo científico no beneficia a los ciudadanos.

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Autor
Gonzalo Casino es periodista científico, doctor en medicina y profesor de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País durante una década y director editorial de Ediciones Doyma/Elsevier. Publica el blog Escepticemia desde 1999.

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Columna patrocinada por IntraMed y la Fundación Dr. Antonio Esteve:

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