La presencia del receptor CD55 en la superficie de los glóbulos rojos es esencial para que el parásito pueda invadirlos, reproducirse y destruirlos

JAIME PRATS / NOTICIA MATERIA

Un momento determinante del complejo ciclo vital del parásito de la malaria (Plasmodium falciparum) es la fase en que -después de haber sido inoculado por el mosquito anofeles y pasar por el hígado- el plasmodio ataca a los glóbulos rojos, los invade y se sirve de ellos para multiplicarse.

Le bastan 48 horas desde que entra en estas células de la sangre (también conocidas como eritrocitos) para reproducirse y salir nuevas generaciones de parásitos. Y un minuto para que la descendencia vuelva a la carga contra nuevos hematíes. Es entonces cuando, debido a la destrucción de glóbulos rojos, sube la fiebre y la enfermedad da la cara.

¿Cómo proteger a los glóbulos rojos de este ataque y frenar la extensión de la infección? Parece lógico pensar que primero habría que conocer qué mecanismos emplea el parásito para unirse y arremeter contra los hematíes; y, de esta forma, saber cómo bloquear la acometida del plasmodio.

Tras cinco años de estudio, investigadores de la Harvard School of Public Health y el Broad Institute en Boston han dado con una de las puertas que permiten al parásito entrar en los eritrocitos, una proteína que se encuentra en la superficie de los glóbulos rojos, y que responde a una señal del plasmodio del mismo modo que lo hacen una cerradura y su llave.

Este receptor es la proteína CD55, a la que los científicos atribuyen un papel “esencial” para que el parásito se adhiera a la superficie de los glóbulos rojos y los ataque, tal y como describen en Science. El uso del adjetivo esencial no es gratuito: si la proteína no está presente, el plasmodio no puede acceder al eritrocito. O, de otra forma, si se consiguiera bloquear, se podría frenar la extensión de la infección. De ahí su importancia.

Para comprobar cómo de imprescindible es esta proteína en el abordaje a los glóbulos rojos, los investigadores elaboraron glóbulos rojos a partir de cultivos de células madre manipuladas. Observaron que los parásitos eran incapaces de adherirse a la superficie de los glóbulos rojos a los que les faltaba la proteína CD55 (y, por ello, atacarlos). Y ello sucedía en todas las cepas empleadas del parásito.

Apenas se han descubierto otras cinco proteínas que pueden servir de entrada a las células de la sangre. Y únicamente una de ellas, la basigina, se considera también esencial, como la CD55. Por ello, si falta alguna de las dos en la superficie celular, el parásito no puede penetrar en los hematíes, reproducirse en su interior y destruirlos.

Una vez identificada esta diana, queda por definir la estrategia que se podría emplear para frenar la infección. Un proceso que durará varios años, como advierte Alfred Cortés, especialista en malaria del Instituto de Salud Global de Barcelona.

Según los datos de la OMS, en 2013 se produjeron 198 millones de nuevos casos de malaria y la enfermedad fue responsable de unas 584.000 muertes

Los investigadores plantean la posibilidad de unir un fármaco a la proteína de las células de la sangre para bloquearla, algo así como sellar la cerradura con silicona e impedir que el parásito introduzca la llave que le abra las puertas a los hematíes. “Pero entonces podría alterarse alguna de las funciones normales de los glóbulos rojos como la coagulación”, comenta Cortés. “Quizás sería mejor identificar también la proteína del parásito que interacciona con la CD55 [la llave que emplea para entrar]” lo que permitiría bloquearla selectivamente sin interferir en los eritrocitos.

Otra opción consiste en estudiar los receptores del parásito que se unen a la proteína y usarlos para estimular el sistema inmune contra ellos (para elaborar una vacuna eficaz frente al plasmodio).

De momento, tras años de estudio, no hay en el mercado ningún fármaco que impida la unión del parásito con los glóbulos blancos. Se intentó con heparina, que se ha mostrado eficaz a la hora de impedir la adhesión del parásito con los eritrocitos, pero inhibía la coagulación, como recuerda Alfred Cortés.

Según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud, en 2013 se produjeron 198 millones de nuevos casos de malaria y la enfermedad fue responsable de unas 584.000 muertes (el 90% en África, el 78% menores de cinco años). La mortalidad cayó un 47% entre 2000 y 2013, en buena medida por la generalización de mosquiteras impregnadas de insecticida, mientras la comunidad científica trabaja en nuevos avances como una vacuna eficaz o los que pueden llegar de la mano de los nuevos descubrimientos relacionados con la enfermedad.