En la última década, los esfuerzos internacionales han reducido en 30 millones el número de africanos que viven en zonas con alto riesgo de contraer malaria. La enfermedad mata a más de 600.000 personas al año

DANIEL MEDIAVILLA / NOTICIA MATERIA

África tiene particularidades que le hacen un continente del que enamorarse o del que huir poniendo en juego la piel y la vida. Entre estas últimas se encuentra la malaria. Hace cuatro siglos, William Shakespeare hablaba en sus obras de la presencia de la enfermedad en las islas británicas y, en España, en 1943 acabó con la vida de 1.307 personas. En Europa la enfermedad ya está erradicada, pero en todo el mundo sigue matando, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), a más de 660.000 personas. El 90% de esas muertes se produce en África.

En el año 1998, se puso en marcha un plan internacional de lucha contra esta enfermedad infecciosa bautizado como Roll Back Malaria (RBM), una sociedad que pretende coordinar los esfuerzos de grandes instituciones como la OMS o el Banco Mundial y conseguir recursos para la causa. Después de la puesta en marcha de esta iniciativa, solo entre el año 2000 y el 2010, la inversión de la comunidad internacional en el control de la malaria pasó de 100 millones de dólares a 2.000 millones. En ese tiempo y gracias a la inversión y el trabajo de los profesionales de la salud, se ha logrado que 218 millones de personas vivan en regiones donde el riesgo de infectarse es mucho menor que diez años antes. En la valoración de los datos, hay que tener en cuenta también que, dadas las altas tasas de natalidad en África, en 2010 había 200 millones más de personas en zonas donde la malaria es endémica que en 2000.

Sin embargo, pese a tanto esfuerzo, el 57% de la población africana, más de 500 millones de seres humanos, viven en zonas con un riesgo entre medio y alto de contraer la forma más mortífera de la enfermedad. Allí, más del 10% de la población transporta en su organismo el Plasmodium falciparum. Este parásito microscópico se difunde a bordo de los mosquitos Anopheles, que los sacan de individuos infectados y después los inyectan con sus picaduras en humanos sanos. Allí, los Plasmodium se alimenta del hígado y la sangre de sus víctimas dejándolas débiles, febriles y, en ocasiones, muertas. Y mantienen en movimiento el ciclo de la infección.

Los datos son parte de una gran recopilación realizada por investigadores del Instituto de Investigación Médica de Kenia, la Universidad de Oxford y la OMS que hoy se publica en la revista The Lancet. El estudio, que recoge información desde 1980 e incluye análisis a más de tres millones y medio de personas en 44 países, muestra también una reducción del 16% en el número de personas que viven en zonas de riesgo extremo de infección, donde más del 50% de la población porta el parásito. Eso significa, no obstante, que aún hay 184 millones de africanos que aún se enfrentan a un elevado riesgo de morir por la picadura de un mosquito.

Para conseguir saber qué está pasando realmente con la malaria en África, los investigadores no han podido contar con los registros de los hospitales de los distintos países. Una muestra de lo difícil que es medir la magnitud del problema son las grandes diferencias entre las muertes que atribuye a la enfermedad la OMS en 2010, 655.000, o el Instituto para Métricas de la Salud, 1.238.000. Esto se debe, entre otras cosas, a que el efecto del parásito que causa la malaria en los humanos puede confundirse con el de otros males que provocan fiebres intensas, y muchas veces los enfermos sufren y mueren fuera de un sistema formal de salud. Para ganar fiabilidad, la encuesta solo tomó en cuenta los datos obtenidos a través de técnicas de laboratorio.

“Nuestros resultados muestran, por un lado, un vaso medio lleno, con varios países con reducciones importantes en la transmisión de la malaria, pero también muestran un vaso medio vacío, porque pese a una década de gran inversión en el control de la malaria, las personas que viven en varios países africanos tienen las misma probabilidad de verse infectados que diez años antes”, opina Robert Snow, uno de los autores del estudio que ahora se publica.

Medio siglo para erradicar la enfermedad

Thomas Teuscher, subdirector ejecutivo del RBM, considera que las cifras publicadas en The Lancet muestran el éxito de su iniciativa, pero también son un toque de atención sobre las limitaciones del plan. “Se ha conseguido mejorar la vida de 200 millones de personas en África, y eso no es poco, pero es cierto que para lograr niveles de infección en el continente de alrededor del 1% necesitaremos aún 30 años, y 50 o 60 para la erradicación”, afirma Teuscher. No obstante, advierte, como lo hacen los autores del estudio, que bajar la guardia y no mantener los niveles de inversión actuales podría poner en peligro lo conseguido. “Para no perder lo que hemos alcanzado, sería necesario mantener la inversión actual, que es de unos 2.800 millones de dólares al año, pero para avanzar hacia la erradicación, necesitaríamos más dinero aún”, añade Teuscher.

La información proporcionada por este estudio permitirá analizar a partir de ahora cuáles son las claves para ganarle la partida a los parásitos. Los datos revelan que, frente a algunos países, como Nigeria, donde el riesgo de transmisión ha descendido notablemente, hay otros como Sudán del sur o la República Democrática del Congo en los que no se produjo mejora o incluso se empeoró. Teuscher apunta que hay lugares en los que factores ligados al desarrollo y especialmente a las infraestructuras pueden producir un descenso en la prevalencia de la malaria aun sin haber una gran inversión en su control.

En este sentido, explica que ese es uno de los factores que hacen que la enfermedad haya desaparecido de Europa. Además de la presencia de mosquitos más eficaces en la transmisión del Plasmodium en África, en parte debido a factores medioambientales, la industrialización o las mejoras en la vivienda en países como Italia o España facilitaron la erradicación de la malaria. En ese sentido, el investigador afirma que la desigual distribución del gran crecimiento económico que está experimentando África puede tener relación con el éxito desigual en la lucha contra la malaria. “Tenemos que conseguir que los gobiernos de los países afectados no solo confíen en la inversión internacional para conseguir este reto sino que inviertan en la salud y el bienestar de sus ciudadanos”, indica Teuscher.

Por último, el directivo del RMB recuerda que esa relación entre desarrollo, apoyo público a la sanidad y malaria no tiene efecto solo en África. “En Grecia, la falta de inversión en salud provocó un nuevo brote autóctono de la malaria después de décadas. Aunque en Europa no haya casos de malaria ahora, el abandono de las políticas de prevención podría producir el retorno de la enfermedad”, concluye.

REFERENCIA

‘The changing risk of Plasmodium falciparum malaria infection in Africa: 2000–10: a spatial and temporal analysis of transmission intensity’ DOI: 10.1016/ S0140-6736(13)62566-0