Las alumnas de carreras científicas obtienen los mejores resultados, pero solo el 30% se dedica a la investigación y una mínima parte llega a la cúspide de la pirámide

Las becas de la Fundación L’Oréal-UNESCO intentan paliar ese déficit. Este año, una española, Eva Pellicer, ha logrado una

GABRIELA CAÑAS / NOTICIA MATERIA

¿Qué hace una marca de perfumes y cosméticos promoviendo la ciencia? Esta semana, en París, la Fundación L’Oréal, la segunda entidad de mecenazgo privado más importante de Francia, ha celebrado su gran fiesta anual: Los premios y becas que, junto con la UNESCO, otorga a una veintena de mujeres de los cinco continentes. Dos de las que ya obtuvieron el galardón fueron después Premio Nobel, que solo ha ido a parar a manos femeninas en un 3% de los casos. L’Oréal y la UNESCO dan visibilidad al trabajo de ellas en un campo en el que no abundan las españolas. La bióloga molecular Margarita Salas ha sido la única galardonada a lo largo de su historia. Este año, Eva Pellicer ha mejorado la estadística al convertirse en la cuarta becada. Su historia es edificante y su opinión, determinada: “Estos galardones se valoran en la comunidad científica porque premian a investigadores excelentes”.

Periodistas asiáticos han invadido el hotel de París donde se han otorgado los premios. La galardonada asiática, la profesora china de química inorgánica Yi Xie, es, de hecho, la más solicitada. “Ahí se ve cómo preparan el futuro”, comenta la premiada por Europa, la británica Carol Robinson. Los galardones anuales se componen de cinco premios (uno por continente) a investigadoras veteranas y quince becas a nuevos talentos. “¿Paradójico que L’Oréal se dedique a estos menesteres? Bueno, el fundador del grupo [Eugène Schueller, en 1909] era científico y las mujeres están infrarepresentadas en la ciencia. Obtienen los mejores resultados académicos, solo el 30% se dedica a la investigación y una mínima parte llega a la cúspide de la pirámide. Es mucho talento perdido”, explica la directora general de esta fundación, Sara Ravella.

Pellicer indaga sobre catalizadores de gran eficiencia en la producción de hidrógeno, una línea científica que, junto a otras similares, podría ser la solución para sustituir al petróleo

Eva Pellicer tiene 37 años y su vida profesional es como un permanente “walk on the wild side”, como ella misma dice rememorando a Lou Reed. Ser mujer y, además, científica es un doble riesgo laboral. Ella asegura haber tenido siempre mucha suerte porque ha podido ir encadenando un contrato tras otro. Ahora lleva dos años trabajando con la beca más prestigiosa de España, la Ramón y Cajal. Indaga sobre catalizadores de gran eficiencia en la producción de hidrógeno, una línea científica que, junto a otras similares, podría ser la solución para sustituir al petróleo.

“Hace años, las becas Ramón y Cajal eran la antesala de la estabilidad laboral de los científicos españoles”, cuenta. “Ahora, con la crisis, se saltaron una convocatoria justo antes de que yo optara a ella y al año siguiente se convocaron la mitad de plazas. Muchos no habrán podido conseguirla y se habrán tenido que ir fuera. Es talento que se pierde. Además, una vez terminada la beca de cinco años, muchos quedan en el limbo. No es como antes”.

Para Pellicer lo importante de su beca no es la dotación económica (15.000 euros), sino el reconocimiento a un trabajo apasionante, aunque duro. En su caso, doblemente sacrificado. A los dieciséis años le diagnosticaron artritis reumatoide, una enfermedad muy incapacitante que a veces le ha obligado a usar silla de ruedas. Ahora está pasando una buena temporada, aunque sigue con un tratamiento que en otros lugares, como Estados Unidos, no se podría costear. Por eso ha tenido que renunciar a las largas estancias en el extranjero. “A veces, cuando estás mal, todo se complica”, explica ahora. “Sales por la mañana ya cansada. Andar solo a coger el coche es un esfuerzo ímprobo que te tienta a volverte a casa. Pero como el trabajo te gusta, termina ganando la otra parte del cerebro y te vas al laboratorio”.

Para Pellicer lo importante es el reconocimiento a un trabajo apasionante, aunque duro. En su caso, doblemente. A los 16 años le diagnosticaron artritis reumatoide, una enfermedad incapacitante que a veces le obliga a usar silla de ruedas

El suyo está en la Universidad Autónoma de Barcelona y, a pesar de sus impedimentos y las huellas de su enfermedad, habla con feliz entusiasmo de su trabajo, que no es fácil de resumir. Ella lo hace: “Tratamos de romper la molécula del agua (H2O) para conseguir hidrógeno, un buen combustible no contaminante. La idea es simple. El problema es que romper la molécula requiere mucha electricidad (más de la que luego se genera) y materiales que favorezcan esa ruptura a gran velocidad. Esos materiales son los catalizadores con los que yo trabajo y que son porosos para obtener la mayor cantidad posible de hidrógeno. Tenemos que conseguir materiales baratos y eficientes”.

“Esta es una carrera llena de dificultades”, añade Carol Robinson observando de nuevo a su colega china rodeada de periodistas curiosos que se interesan por sus trabajos con nanomateriales capaces de convertir el calor y la energía solar en electricidad. Robinson, por su parte, ha desarrollado un método que permite estudiar el funcionamiento de las proteínas, lo que puede tener un gran impacto en la investigación médica. Ella tampoco lo tuvo fácil. Abandonó los estudios a los 16 años, tuvo hijos y, después, con gran determinación, siguió estudiando hasta doctorarse. Ahora, con 59 años, es profesora de Química en Oxford y lidera su grupo de investigación.