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POL MORALES VIDAL | Artículo original

En un lugar de China surgen los primeros casos de una extraña enfermedad respiratoria de la que se desconocen el agente causal y el mecanismo de transmisión. Varios centenares de personas presentan fiebre superior a 38 grados, tos seca, dificultades respiratorias y otros signos y síntomas gripales. No estamos a finales de 2019 en la ciudad de Wuhan sino en noviembre de 2002, cuando en la provincia de Guangdong daba sus primeros pasos un coronavirus que, visto con el tiempo, supuso el preludio de la pandemia global que estamos sufriendo estos días. El actual SARS-CoV-2 tuvo un importante precedente hace 17 años, cuando el síndrome respiratorio agudo grave o SARS (severe acute respiratory syndrome) dejó un balance de más de 8.000 infectados y 800 muertos en 30 países de los cinco continentes. Un primer ensayo, a menor escala, de lo que hoy se ha convertido en una crisis sanitaria y económica sin precedentes.

¿Qué alertas nos proporcionó la emergencia precedente? ¿Cómo actuaron entonces los organismos internacionales, las administraciones públicas y los medios de comunicación? ¿Hemos aprendido la lección de aquel primer toque de atención? Dos años más tarde del 6 de julio de 2003, cuando la Organización Mundial de la Salud confirmó la contención del SARS en todo el mundo, la Fundación Dr. Antoni Esteve organizó un debate sobre periodismo científico en el que cuatro expertos en epidemiología y cuatro profesionales de la comunicación científica analizaron la cobertura informativa de una epidemia que, según un Informe Quiral y sólo en los cinco principales periódicos españoles, generó más de 1.200 informaciones, convirtiéndose en el tema más mediático de 2003, por delante incluso de la incipiente Guerra de Irak.

A falta de conocer el volumen de informaciones que ha generado y que generará la pandemia actual, es fácil predecir que superará con creces las cifras de hace 17 años. Por aquel entonces, los expertos es preguntaban si tal volumen informativo se correspondía con el impacto real de la epidemia y si las instituciones sanitarias, en especial la Organización Mundial de la Salud, habían pecado de un excesivo alarmismo. Esta vez, nos encontramos con el efecto contrario. Nadie discute la magnitud de la cobertura mediática que se está haciendo de la COVID-19 y, por el contrario, se está poniendo en entredicho la falta de previsión de buena parte de las instituciones nacionales e internacionales.

Si en algo coincidieron los ocho participantes de la reunión de 2005 sobre el SARS es en que la información que difundieron los medios de comunicación, por entonces considerada alarmista, estuvo pautada por las diferentes comunicaciones de la OMS. Gema Revuelta, en aquellos momentos subdirectora del Observatorio de Comunicación Científica, destacó el cambio de política de comunicación de este organismo internacional que, con mensajes muy claros de alarma y con un contacto permanente con los medios, pasó de la cautela habitual a una comunicación constante y en tiempo real. Para Jerónimo Pachón, jefe de enfermedades infecciosas del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, la política de la OMS durante aquella crisis sanitaria no fue desacertada. “Había muchos factores que podían justificar la alerta. Se trataba de una enfermedad que apareció de repente, de origen desconocido, de la que se ignoraba su mecanismo de transmisión pero que estaba dando la vuelta al mundo a través del tránsito aéreo y que, además, era mortal”, razonaba. El tiempo, y esta nueva pandemia, le acabó dando la razón y confirmando que más vale que las instituciones sanitarias pequen por exceso que por defecto.

Los debates sobre periodismo científico de la Fundación Dr. Antoni Esteve surgieron como punto de diálogo entre la comunidad científica y los periodistas, una eterna demanda de ambos colectivos. Durante la jornada de 2005 se destacó sobre todo la dificultad de informar sobre la incertidumbre, mencionando las diferentes velocidades a las que suelen trabajar los dos colectivos. La necesidad de los medios de comunicación de actualizar al minuto sobre el virus contrastaba, como sucede actualmente, con el tempo del método científico. Precisamente para enmendar este desfase Revuelta pedía honestidad a la comunidad científica, aceptar que la incertidumbre forma parte de la ciencia, y transmitirlo así a la ciudadanía.

Para el epidemiólogo Francesc Gudiol, el SARS no sirvió para que los periodistas tomaran la iniciativa a la hora de plantear nuevos temas que salieran de la línea marcada por las fuentes oficiales. Denunciaba entonces que la prensa no dio visibilidad a la eficacia y la novedad que supuso la red internacional de científicos que trabajaron en tiempo récord para descubrir el origen del SARS. Tampoco se destacó el éxito chino en las medidas de contención de la epidemia. Y, una vez finalizada la crisis sanitaria, una vez dejó de ser portada, la población no conoció aspectos fundamentales sobre la enfermedad de los que después existió una gran evidencia científica. Para más información sobre esta reunión podéis consultar la publicación de la Fundación.

Han pasado 17 años y parece que las carencias en materia de comunicación que caracterizaron la epidemia del SARS no serán las mismas que las de la pandemia actual. La comunidad científica y sanitaria se ha ganado el respeto y la solidaridad de una ciudadanía que ha comprobado la importancia de la investigación y de un buen sistema sanitario, en parte gracias a la labor de los medios de comunicación, que en su gran mayoría ha sabido contar con las fuentes de información más fiables. Las fake news, la politización de la ciencia, el vocabulario empleado, la interpretación de los datos o cierta tendencia al sensacionalismo podrían ser algunos de los puntos a debatir en una futura jornada sobre la cobertura mediática de la COVID-19. Seguiremos informando.

*Debates sobre periodismo científico. En torno a la cobertura informativa del SARS. Cuadernos de la Fundación Dr. Antoni Esteve, nº4. Barcelona: Fundación Dr. Antoni Esteve; 2006.