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El franquismo le robó a España una de las herramientas esenciales para su desarrollo y la posibilidad de figurar a la cabeza de las naciones del mundo

ADELA MUÑOZ PÁEZ | Artículo original

La covid, que comenzó en China, azotó Europa, siguió su viaje hacia el oeste arrasando América y ahora se ceba en la India, nos ha enseñado que los virus no se detienen ante ninguna frontera. Por ello, la comunidad científica internacional ha respondido al unísono para luchar contra ella, porque este virus convirtió a la Tierra en un único país doliente acosado por la enfermedad. Gracias a una colaboración sin precedentes, en la actualidad disponemos de varias vacunas que nos están permitiendo pensar tímidamente en una vuelta a la vida de antes de la pandemia. Desafortunadamente, en la disponibilidad de las vacunas se han levantado las fronteras del dinero, que impiden que lleguen en las cantidades suficientes a países con menos recursos.

La colaboración a escala planetaria ha sido posible gracias a la ausencia de fronteras en la ciencia. En ella el conocimiento ha circulado de manera libre entre todos los miembros de la comunidad científica, y los avances ha sido el fruto del trabajo de todos. Como las vacunas que se idearon en Alemania, se desarrollaron en Suecia y se probaron en centros de investigación de muchos países europeos con la colaboración de decenas de miles de ciudadanos que hicieron de conejillos de indias voluntarios antes de que las vacunas pudieran ser administradas a toda la población.

La libre circulación del conocimiento no siempre ha sido posible en España. De hecho, hace menos de un siglo, los que accedieron al gobierno tras el levantamiento armado que puso fin al gobierno democrático de la Segunda República se empeñaron en hacer una “ciencia nacional católica”. Estas directrices del gobierno franquista enterraron los destellos de genialidad científica que habían permitido que el físico español Miguel Catalán llegara a ser el más firme candidato a premio Nobel de ciencias -el único tras Ramón y Cajal-, y que en España hubiera varios científicos de talla internacional, como Enrique Moles o Blas Cabrera. Tras la guerra, tanto ellos como los miembros de sus grupos de investigación fueron depurados, encarcelados o tuvieron que exiliarse.

Las nuevas generaciones de científicos que formaban estos grupos, en los que había una nutrida representación de mujeres, habían realizado estancias en centros de investigación extranjeros como ‘pensionados’ de la Junta de Ampliación de Estudios. Esta institución, fundada en 1907 bajo la dirección de Santiago Ramón y Cajal y la eficaz secretaría de José Castillejo, alcanzó su máximo esplendor durante la Edad de Plata de la cultura en España. Pero cuando se habla de este periodo, la ciencia es casi siempre olvidada. Se suele aludir a creadores en el ámbito de la literatura o las artes plásticas, como Lorca, Alberti, Dalí o Buñuel; es mucho menos frecuente que se recuerde a las mujeres, como las escritoras María Teresa León, Concha Méndez, María Lejárraga, Carmen de Burgos, Luisa Carnés o Elena Fortún, y las artistas plásticas como Maruja Mallo y María Blanchard, entre otras, que también protagonizaron esta Edad de Plata.

Al privarnos de la presencia y talento de todas estas mujeres, el franquismo le robó a España parte de su alma. Al privarnos del talento científico de Catalán, Moles o Cabrera, y del de sus discípulas, como las químicas Dorotea y Petra Barnés, las físicas Felisa Martín Bravo y Jenara Vicenta Arnal Yarza, o incluso las franquistas Teresa Salazar o Piedad de la Cierva, el franquismo le robó a España una de las herramientas esenciales para su desarrollo y la posibilidad de figurar a la cabeza de las naciones del mundo. Escribo este artículo el día 1 de mayo, día de los trabajadores. Considero que una celebración de importancia parecida para las españolas es la del pasado 14 de abril, en la que se conmemoraba el 90 aniversario de la proclamación de la Segunda República en España, que se hizo sin derramamiento de sangre. Sus enemigos sí derramaron sangre para destruir por la fuerza lo que se había construido de forma pacífica.

La libertad que arrancó de España la dictadura instaurada en 1939 es también imprescindible para que la ciencia avance y pueda triunfar en batallas a vida a muerte como la que se ha librado con el virus de la covid.