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GONZALO CASINO / @gonzalocasino / gcasino@escepticemia.com / www.escepticemia.com

Sobre el equivocado Nobel de Ochoa y el reconocimiento de los logros científicos

Pocos saben que al español Severo Ochoa le dieron en 1959 un Nobel de Medicina que no se merecía. Este premio se otorgó, de forma inusitadamente rápida, a Arthur Kornberg y a Ochoa “por su descubrimiento de los mecanismos de la síntesis biológica de los ácidos ribonucleico [ARN] y desoxirribonucleico [ADN]”. Kornberg había identificado la ADN polimerasa, la enzima responsable de la síntesis de ADN, y Ochoa, la ARN polimerasa, responsable de la síntesis de ARN. Sin embargo, al poco se comprobó que la enzima de Ochoa era la polinucleótido fosforilasa, mientras la auténtica ARN polimerasa fue descubierta en 1960 por otros científicos, que se quedaron sin su Nobel. El fiasco científico fue enorme y marcó la posterior carrera del científico asturiano. La fosforilasa resultó luego crucial para el siguiente gran hito de la biología molecular, el desciframiento del código genético. La contribución de Ochoa a este logro sí fue decisiva y hubiera merecido el Nobel de 1968, con el que se premió este avance. Pero no se lo dieron. El caso de Ochoa no es aislado, pero ilustra muy bien cómo funciona la ciencia, su carácter autocorrectivo, el desfase entre mérito y reconocimiento público, e incluso la marginación de las científicas (Marianne Grunberg-Manago, alumna de Ochoa, también participó en el aislamiento de la fosforilasa y no recibió el Nobel).

La carrera del científico español en el exilio, mayormente en EE UU, donde fue protagonista del desarrollo de la biología molecular, es toda una novela, y quizá por ello otro investigador asturiano se ha decidido a escribirla. Juan Fueyo, del Centro Médico del Cáncer M. D. Anderson de Texas (EE UU), ha recreado en Exilios y odiseas. La historia secreta de Severo Ochoa una suerte de biografía novelada de un científico con gran talento y determinación. La dura competición en la que participó Ochoa y el éxito del Nobel, que lo equiparaba en España con su admirado Ramón y Cajal, dieron paso a un gran fiasco y a una etapa en la que se tuvo que reinventar para realizar sus mejores aportaciones. Las razones por las que a Ochoa no le dieron en 1968 un Nobel que se merecía se sabrán en 2018, cuando se cumpla una cuarentena de 50 años y se abra el sobre lacrado con las deliberaciones del premio. Fueyo ha novelado también este episodio con una clara intención de restar importancia a los premios y relativizar su significado. En todos los Nobel, desde el de Medicina al de Literatura, hay ausencias notables y premiados que han quedado muy devaluados con el tiempo.

De todas maneras, y de esto también trata la novela de Fueyo, en la ciencia los nombres son circunstanciales y casi prescindibles. Si Ochoa y Grunberg-Manago no identificaron la ARN polimerasa, lo cierto es que otros no tardaron en hacerlo; si Ochoa no hubiera realizado aportaciones decisivas al desvelamiento del código genético otros las habrían hecho. A menudo es prácticamente imposible atribuir un logro no ya a un solo investigador sino a un grupo reducido. La ciencia es una aventura colectiva en la que lo que ha hecho uno bien podría haberlo hecho otro, y esta es la radical diferencia con el arte, lo cual no quiere decir que la ciencia no tenga sus protagonistas y sus recompensas. De entrada, los científicos son, después de los médicos, los profesionales que gozan de mayor prestigio y reconocimiento social. Pero además tienen la recompensa íntima del conocimiento; y, en el caso de los grandes científicos, la de haber sido los primeros en llegar, emulando a los descubridores, a un lugar ignoto que nadie antes había pisado.


Autor
Gonzalo Casino es periodista científico, doctor en medicina y profesor de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País durante una década y director editorial de Ediciones Doyma/Elsevier. Publica el blog Escepticemia desde 1999.

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Columna patrocinada por IntraMed y la Fundación Dr. Antonio Esteve