La gestación reduce la materia gris de varias áreas mejorando la empatía con el hijo

MIGUEL ÁNGEL CRIADO / MATERIA

El cerebro de las mujeres embarazadas cambia, literalmente. Un estudio muestra por primera vez que la materia gris de las gestantes se reduce en áreas relacionadas con la empatía. Esta poda en las conexiones neuronales de la madre optimizaría determinadas funciones, como interpretar los estados mentales del hijo o anticipar posibles amenazas del entorno. Los cambios, no percibidos en los padres, se mantienen dos años después del parto.

A 25 mujeres les realizaron una resonancia magnética en el cerebro antes de quedarse embarazadas y después de tener al bebé. Los investigadores también escanearon la cabeza de los futuros padres. Como grupo de control, también tomaron imágenes de los cerebros de una veintena de mujeres y otro tanto de hombres que no habían tenido hijos.

El estudio, publicado en la revista Nature Neuroscience, desvela profundos cambios físicos en el cerebro de todas las mujeres durante el embarazo. En particular, detectó una marcada disminución de la sustancia gris en determinadas áreas de la corteza cerebral y no en otras. Las imágenes mostraron esa retirada de conexiones neuronales en zonas que los científicos relacionan con la cognición social, con la habilidad humana de ponerse en el lugar de los demás, de anticiparse a sus intenciones, de leer la mente del otro, es decir, de empatizar. Pero retirada no significa pérdida.

El cerebro de los padres no mostró ningún cambio en las áreas estudiadas

“A mayor eficacia cognitiva, menos sustancia gris. Es lo que llamamos poda adaptativa”, dice el investigador de Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y coautor de la investigación, Óscar Vilarroya. Este proceso de poda recuerda mucho a otro momento de la vida donde se desata otra tormenta hormonal: la adolescencia. “Los niños tienen más materia gris y en su paso a la adolescencia pierden conexiones neuronales”, recuerda Vilarroya.

La investigación mostró que esa reducción no va en detrimento de las habilidades cognitivas de las madres. Las gestantes obtuvieron la misma puntuación en varios test que las mujeres del grupo de control. “Lo que hace la poda es optimizar las conexiones neuronales”, sostiene la investigadora de la Universidad Carlos III y del hospital Gregorio Marañón, Susanna Carmona, también coautora del estudio.

Esta disminución de la materia gris solo es cosa de madres. Las imágenes del cerebro de los padres no mostraban diferencias ni respecto de las de los otros hombres ni con las que les tomaron antes de ser padres. También comprobaron que las áreas que habían perdido más sustancia gris eran las que se activaban cuando una madre veía imágenes de su hijo pero no cuando contemplaba fotografías de otros niños.

Ambos hechos llevan a los investigadores a apostar por una conexión entre la hormonas, cambios físicos y cambios funcionales. “La inundación de hormonas que proceden del feto cambia el cuerpo y cambia también el cerebro”, opina Carmona.

Se trataría de un mecanismo adaptativo para que el pequeño tenga todas las de ganar. Como dice la coautora Erika Barba, también de la UAB, “los cambios en el cerebro afectan a áreas asociadas con funciones necesarias para gestionar los retos de la maternidad”. En esa línea podría ir otro de los resultados de esta investigación pionera: Dos años después del nacimiento, la mayoría de las madres se sometieron de nuevo al escáner cerebral. En todas, los cambios seguían ahí.