Un armadillo gigante, caballos de hace casi un millón de años o una misteriosa especie humana son algunos de los hitos recientes de la arqueología genética

DANIEL MEDIAVILLA / NOTICIA MATERIA

Desde que a mediados de los ochenta Svante Pääbo comenzó a recuperar el ADN de seres vivos muertos hace miles de años, los científicos han logrado recuperar material genético de un gran número de animales extintos. Esta tecnología, construida con tremendas cantidades de ingenio y trabajo meticuloso, se ha convertido en una máquina del tiempo para viajar al pasado. La pasada semana se anunciaba la secuencia mitocondrial de unos parientes inmensos del armadillo, pero es solo el último hito de una ciencia muy reciente que está ofreciendo resultados sorprendentes.

1. Un armadillo de dos toneladas

Hace unos días se publicaba en la revista Current Biology el genoma mitocondrial del último monstruo prehistórico, el gliptodonte, una versión gigantesca del armadillo que vivió en lo que ahora es Sudamérica hasta hace unos 10.000 años. El análisis del ADN extraído de caparazones de 12.000 años de antigüedad de estos animales ha certificado su vínculo familiar con los armadillos modernos y ha mostrado una sorprendente trayectoria evolutiva. El último pariente común de los gliptodontes y los armadillos actuales pesaba solo 6 kilos. Después de su separación, los gliptodontes fueron aumentando de tamaño hasta alcanzar las dos toneladas.

“Este asombroso aumento de tamaño es, probablemente, la consecuencia de su dieta herbívora (ninguno de los armadillos modernos lo es). En los mamíferos, los herbívoros desarrollan grandes cuerpos como estrategia contra los depredadores”, explica Frédéric Delsuc, investigador del CNRS francés y uno de los autores del trabajo. “Combinado con su grueso caparazón huesudo y su cola con púas, contaba con una protección eficiente contra los depredadores como los gatos de dientes de sable o las aves del terror”, añade. Sin embargo, es posible que no estuviese tan bien preparado para otro tipo de depredador. “Es probable que los primeros amerindios encontrasen a los gliptodontes, pero si contribuyeron significativamente a su extinción, es aún cuestión de debate”, apunta el investigador.

2. El ADN más antiguo jamás secuenciado

A finales del año pasado, se anunció la secuenciación de ADN humano de 430.000 años procedente de los yacimientos de Atapuerca. Este es el record hasta ahora para nuestra especie, pero los científicos han logrado viajar aún más lejos en el pasado. En un estudio que publicado en Nature en 2013, se explicaba cómo se había logrado secuenciar el genoma encontrado en el hueso de la pata de un caballo prehistórico que había vivido hace más de 700.000 años.

Aquel ADN se había conservado en unas condiciones especialmente favorables, en el permafrost canadiense, pero como recordaba Hendrik Poinar, investigador de la Universidad McMaster en Ontario y uno de los autores de la secuencia mitocondrial del gliptodonte, será posible recuperar material incluso más antiguo. Sin embargo, el material genético tiene límites y parece que habrá animales, como los tiranosaurios, que nunca se podrán secuenciar.

Un estudio publicado en 2012 y que analizó fósiles encontrados en Nueva Zelanda calculó el ritmo de degradación del ADN dentro del hueso. Contando con una temperatura ideal de conservación de cinco grados bajo cero, algo que rara vez se va a encontrar, en 6,8 millones de años, todos los enlaces del genoma habrían quedado destruidos. El ADN, no obstante, habría dejado de ser legible mucho antes, 1,5 millones de años después de la muerte del animal, porque a partir de ese momento los trozos supervivientes serían demasiado cortos para poder obtener de ellos ninguna información.

3. Una especie descubierta solo por su genoma

La secuencia de genomas humanos ha sido la que más interés ha despertado. Gracias al ADN recuperado de fósiles de neandertales, hemos podido saber que tuvimos sexo con ellos hace más de 100.000 años y que ese tipo de relaciones continuaron durante decenas de miles de años.

Pero además de conocer los escarceos amorosos y sexuales de nuestros antepasados más remotos, el ADN antiguo ha logrado un hito difícil de imaginar hace poco más de una década. En 2010, un equipo de investigadores liderado por Svante Paabo y Johannes Krause recuperó material genético del dedo meñique de un homínido que vivió algo menos en la cueva de Denisova, en Siberia. Con la información que obtuvieron fue posible describir por primera vez una especie humana a partir del ADN y pese a que la escasez de fósiles impedía saber qué aspecto pudieron tener aquellos individuos.