Apenas el 1% de los hijos no son del padre que los cría en las poblaciones humanas actuales y pasadas

MIGUEL ÁNGEL CRIADO / NOTICIA MATERIA

Una leyenda urbana dice que más del 10% de los niños no son hijos del padre que los cría. La cifra, alimentada por supuestos estudios científicos y algunos laboratorios de prueba de paternidad, no parece descabellada. En otras especies donde se estila la monogamia como estrategia reproductiva, el porcentaje de crías concebidas fuera de la pareja es similar o mayor. Sin embargo, la genética demuestra que la falsa paternidad entre los humanos apenas llega al 1%.

En los mamíferos no hay muchas especies monógamas pero sí en otras clases de animales. Entre las aves paseriformes, en el 90% de las especies la norma son las parejas de larga duración. Sin embargo, en muchas ocasiones se trata de una monogamia social, poco practicada. Este comportamiento es una de las estrategias que la selección sexual ha ideado para asegurar el éxito reproductivo. Con sus aventuras extra matrimoniales, las hembras se aseguran el éxito reproductivo en caso de infertilidad del macho y la diversidad genética. Como los pájaros, los humanos tradicionalmente son monógamos sociales, pero ¿hasta qué grado?

“Los medios y la literatura científica a menudo han sostenido que muchos de los supuestos padres estaban siendo engañados criando hijos que biológicamente no son suyos”, dice el biólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), Maarten Larmuseau. “En realidad, las ratios estimadas dentro de las poblaciones humanas son bastante más bajas, alrededor del 1% o el 2%”, añade.

El cromosoma Y permite determinar el parentesco entre hombres a lo largo de generaciones

Junto a otros colegas, Larmuseau ha recopilado las últimas investigaciones que usan la genética para dilucidar el parentesco real entre padres e hijos. Para ellos, parten del análisis del cromosoma Y. Al transmitirse exclusivamente por vía paterna y con escaso margen para la recombinación genética, hijos y padres biológicos deben compartir esta parte del genoma.

“El cromosoma Y es muy interesante ya que cuenta con diferentes marcadores con diferentes ratios de mutación”, explica el biólogo belga. “En otras palabras, podemos determinar el momento temporal del ancestro común más reciente (tMRCA) entre dos hombres diferentes. Si este tMRCA no concuerda con la genealogía oficial, podemos determinar un evento extraconyugal”, añade Larmuseau.

Entre las investigaciones recogidas por este trabajo publicado en Trends in Ecology & Evolution, destaca la realizada en 2012 en Alemania,  que tenía por objetivo estudiar un problema genético de incompatibilidad entre padres e hijos para un transplante de médula ósea. La investigación, en la que participó casi un millar de padres e hijos sirvió para mostrar que apenas el 0,94% de ellos no tenían relación biológica alguna.

Sin embargo, este bajo porcentaje podría ser fruto más de la cultura que de la biología: ser ahora muy reducido y haber sido más elevado en el pasado. Esta objeción se basaría en que ahora existen métodos anticonceptivos y un conocimiento de las enfermedades de transmisión sexual que antes no existía. Ambos factores podrían enmascarar el porcentaje potencial y pasado de hijos fuera de la pareja.

Pero la investigación de Larmuseau no se limita a la cifra actual de falsos padres, sino que remonta sus cálculos varios siglos atrás, cuando solo existían métodos naturales de control de la natalidad. En concreto, su estudio, realizado en colaboración con una sociedad genealógica flamenca, se basó en unos 1.000 ciudadanos de Flandes de los que había información genealógica hasta el siglo XVII.

Para determinar la ratio de los que no eran biológicamente hijos de sus padres, los investigadores aprovecharon que mientras unos marcadores genéticos tienen una frecuencia de mutación más o menos fija, otros rara vez cambian. Así pudieron comparar entre individuos del mismo linaje familiar y determinar que, entre los flamencos, el porcentaje de falsos padres en cada generación ha sido del 0,91% de media desde hace 400 años.

La agresión, el abandono o la sanción religiosa hacen que la concepción fuera de la pareja no sea adaptativa en los humanos

Desde los flamencos de Bélgica hasta los afrikáneres de Sudáfrica pasando por los dogón de Mali, el porcentaje de falsos padres siempre ronda la cifra del 1%. Solo hay una de las investigaciones recientes que eleva esa cifra y hasta dobla esa cifra. Se trata del estudio realizado el año pasado por investigadores del Instituto de Biología Evolutiva de la Universitat Pompeu Fabra y el CSIC.

El trabajo tenía como objetivo estudiar la diversidad del cromosoma Y en una muestra de individuos con una selección de 50 apellidos catalanes. Pero, al menos de forma indirecta, además de analizar el origen de los apellidos, también pudo arrojar luz sobre la ratio de falsos padres. “Nuestro método no se apoyaba en la genealogía”, comenta Francesc Calafell, coautor del trabajo. En su caso, se hizo una cuidada selección de los apellidos a rastrear, preguntando a los 2.500 que participaron en el estudio sobre sus ascendientes y origen geográfico, antes de comparar el cromosoma Y de los que compartían apellido.

La investigación con los apellidos catalanes arrojó un porcentaje de no correspondencia entre el apellido y el genotipo de entre el 1,5% y el 2,6%, el doble que en otras poblaciones. Sin embargo, Calafell resalta que este porcentaje no siempre se debería a una falsa paternidad. “Hay otros factores como la adopción o la transmisión del apellido materno que elevan el porcentaje”, aclara. En particular, la práctica de la transmisión del apellido materno, relativamente habitual en la Cataluña rural del pasado cuando no había hijos varones, puede haber inflado la ratio de falsos padres entre los catalanes.

Tanto para Larmuseau como para Calafell, la ratio tan baja de padres que crían hijos que no son suyos entre los humanos en comparación a otras especies puede deberse a los potenciales costes para la mujer: la agresión física, el abandono, el divorcio o la sanción religiosa, operan para que las humanas no arriesguen como las aves.