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Sobre la fe ingenua en la ciencia, sus manifestaciones y los problemas que ocasiona

 


GONZALO CASINO | @gonzalocasinogcasino@escepticemia.comwww.escepticemia.com


 

La ciencia vive días esplendorosos, de un esplendor que mueve a la adoración a sus numerosos fieles y que casa muy mal con la genuina actitud científica. El prestigio de la ciencia es incluso mayor entre sus nuevos adeptos que entre los auténticos y más recios científicos. Mientras estos últimos son conscientes de las grandes limitaciones del conocimiento científico y de las duras exigencias de la investigación rigurosa, la legión de advenedizos y seguidores ingenuos confunden la ciencia con el cientificismo, creyendo que es ciencia todo lo que tenga apariencia de serlo.

Este fenómeno de mitificación mistificación de la ciencia tiene múltiples manifestaciones. Cientificismo es, por ejemplo, creer que la ciencia puede ofrecer y ofrece respuestas a cuestiones que se le escapan, como la predicción de crisis económicas o sociales, o aspectos de la experiencia humaba que no se pueden medir fácilmente, en particular las experiencias mentales. Es creer ingenuamente que un escáner puede “leer la mente” o que las sofisticadas imágenes dinámicas del cerebro nos están mostrando emociones y sentimientos complejos, como el amor o la lealtad, y que esto permite entenderlos científicamente. Y, en general, es usar la ciencia fuera de los dominios en los que sus métodos pueden aplicarse con garantías.

Entre los cada vez más numerosos estudios inservibles por defectuosos e intrascendentes, abunda el uso de estimaciones estadísticas y otras herramientas matemáticas sin ton ni son, de forma inapropiada o donde no son necesarias, simplemente para darles mayor apariencia científica. La complejidad innecesaria, que no aporta más que ruido y pomposidad, es otra característica de la actitud cientificista de algunos autores que se las dan de científicos sin serlo cabalmente. Estas prácticas, relacionadas con la actual presión por “publicar o perecer” en el ámbito académico, acaban inflando la burbuja del cientificismo.

Otra nota reveladora del cientificismo es la falta de consideración de la incertidumbre de los resultados de muchas investigaciones. Esto se manifiesta, por ejemplo, cuando se dan por definitivos resultados que proceden de pocos estudios, realizados sin el suficiente rigor y que además pueden ser contradictorios. La ilusión de creer que estos estudios aportan respuestas satisfactorias, sobre todo cuando se trata de cuestiones complejas, es propia de una mentalidad cientificista. Abunda en las ciencias sociales y en la investigación de cuestiones sobre estilos de vida y la alimentación, que suelen ser demasiado complejas y dan lugar a notables bandazos de opinión, como el papel de las grasas y el azúcar en la salud.

Esta confianza ingenua en la ciencia, que confunde el conocimiento científico con su ropaje externo, está siendo aprovechada por todo tipo de mercaderes y publicistas para vender sus productos o servicios. Todo lo que suene a ciencia se vende mejor y ayuda a que el cientificismo se vaya infiltrando y calando en la ciudadanía, que se va haciendo una idea distorsionada de lo que es y no es ciencia.

Buena parte de estas manifestaciones cientificistas tiene que ver con la falta de comprensión de la ciencia como un proceso de reducción progresiva de la incertidumbre y como un tipo de conocimiento con unos límites estrechos del que escapan muchas de las cuestiones que nos interesaría conocer. La ciencia solo puede ofrecer respuestas para unas pocas preguntas y, además, sus respuestas son probabilísticas y provisionales, aunque unas más que otras.

Aunque el concepto de cientificismo se ha asociado generalmente a un exceso de purismo, menospreciando el conocimiento de las humanidades y otras actividades, el exceso de relajación en el que casi todo vale como ciencia no es sino la otra cara de la misma moneda. Y con esta moneda de oro falso del cientificismo es con la que estamos comprando y vendiendo demasiadas cosas en estos tiempos.


Autor
Gonzalo Casino es periodista científico, doctor en medicina y profesor de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País durante una década y director editorial de Ediciones Doyma/Elsevier. Publica el blog Escepticemia desde 1999.

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Columna patrocinada por la Fundación Dr. Antoni Esteve en colaboración con IntraMed.