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Sobre la toma de decisiones a partir de los riesgos de las intervenciones de salud

 


GONZALO CASINO | @gonzalocasinogcasino@escepticemia.comwww.escepticemia.com


 

La evolución ha dotado a los seres vivos de dispositivos naturales para la gestión de riesgos. Todos los instintos no son más que mecanismos innatos para sobrevivir y satisfacer las necesidades básicas. El hambre, el instinto de huida o lucha, los instintos de reproducción y cuidado de la prole, e incluso los instintos más sociales, como el de pertenencia a un grupo, son patrones de comportamiento automáticos que nos ayudan a tomar buenas decisiones sin tener que hacer ningún cálculo de posibles beneficios y daños. El problema es que estos mecanismos fueron puestos a punto en un ambiente natural muy distinto del actual y ofrecen limitaciones en los entornos complejos actuales. Los riesgos a los que nos enfrentamos hoy son mucho más sofisticados, y las decisiones que debemos tomar, mucho más difíciles. Pensemos en los riesgos asociados a la velocidad o a las intervenciones de salud.

Son muchas las decisiones que afectan a nuestra salud, desde la elección de vivienda hasta el someterse a una operación que puede salvarnos la vida. Unas son pequeñas y cotidianas, como lo que comemos o dejamos de comer, y otras más singulares, como someterse a un tratamiento de infertilidad; unas tienen efectos inmediatos y otras a muy largo plazo, como fumar o no fumar. Pero todas o casi todas tienen su cara y su cruz, sus beneficios y daños potenciales, y para poder tomar buenas decisiones hace falta conocerlos. Los profesionales de la salud suelen ser la principal fuente de información, aunque para algunas intervenciones complejas se han desarrollado además “ayudas para tomar decisiones” (decision aids).

Las explicaciones de los médicos pueden ser valiosas, pero en general es complicado que transmitan de forma clara los previsibles efectos de todas las opciones, y a menudo los pacientes no recuerdan bien los mensajes de los médicos. Las decision aids sobre tratamientos y pruebas diagnósticas, un formato resumido y adaptado que suele combinar texto, gráficos y números –y a veces vídeos y contenidos en la web– para clarificar los beneficios y daños, se han revelado como herramientas muy útiles para tomar decisiones cuando ninguna opción parece claramente mejor. Los pacientes que las usan se sienten mejor informados y son más conscientes de lo que les importa. Además, probablemente tienen expectativas más precisas de los efectos beneficiosos y perjudiciales de las diferentes opciones y participan más en la toma de decisiones con el profesional sanitario. El problema es que estos materiales son escasos y es difícil elaborarlos y mantenerlos actualizados.

Pero incluso en las condiciones más favorables, el usuario ha de involucrarse activamente para conocer sus riesgos haciéndose las preguntas adecuadas sobre cualquier tratamiento. ¿Cuáles son los beneficios? ¿Cuáles son los perjuicios? ¿Qué alternativas u opciones hay? ¿Qué es lo que quiero o cuales son mis preferencias? Y, algo también importante: ¿qué pasaría si no hago nada? Estas preguntas clave se resumen en las siglas en inglés BRAIN (Benefits, Risks, Alternatives, what do want and what if I do Nothing?). Pero eso no es todo: para valorar los riesgos de las intervenciones, hay que considerar también en qué personas se han estudiado (¿se parecen a mi?), con qué otras intervenciones se han comparado, y si se han analizado los beneficios y perjuicios que más le preocupan al usuario.

Cuando el beneficio esperado es muy grande (salvar la vida con una operación de apendicitis, por ejemplo) y compensa cualquier posible daño, es fácil tomar una decisión. Sin embargo, en la mayoría de los casos los beneficios no son tan grandes ni está tan claro el balance entre daños y beneficios. La opción de no hacer nada, la gran ignorada en estos tiempos tan intervencionistas y olvidadizos de que lo primero es no hacer daño, también es una alternativa que hay que tener presente.


Autor
Gonzalo Casino es periodista científico, doctor en medicina y profesor de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País durante una década y director editorial de Ediciones Doyma/Elsevier. Publica el blog Escepticemia desde 1999.

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Columna patrocinada por la Fundación Dr. Antoni Esteve en colaboración con IntraMed.