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GONZALO CASINO / @gonzalocasino / gcasino@escepticemia.com / www.escepticemia.com

Sobre el movimiento por el lenguaje claro en la administración y la ciencia

En el congestionado calendario de días mundiales, se ha colado el 13 de octubre como día internacional del lenguaje claro. La fecha conmemora la firma de la Plain Writing Act por Barack Obama en 2010. Esta ley, que obliga a la Administración estadounidense a comunicarse con los ciudadanos en un lenguaje sencillo y comprensible, venía a tratar de remediar esta carencia universal en la comunicación oficial. Pero el problema de la falta de claridad va más allá de la jerga administrativa y alcanza otros ámbitos, como los de la medicina y la ciencia.

El movimiento por el lenguaje claro irrumpió en la década de 1970 en EE UU, Canadá y otros países, con el foco puesto en la pomposa y oscura comunicación oficial. Frente a las frases interminables y repletas de tecnicismos, este movimiento proponía un estilo de redacción sencillo, conciso y comprensible. Para conseguirlo, varios países anglófonos y francófonos elaboraron recomendaciones y leyes de lenguaje claro, que fueron imitadas después en algunos países hispanohablantes, como Colombia (Ley 1712 de 2014) o Argentina (Ley 15184 de 2020). Sin duda, en estas décadas se han hecho avances y se han elaborado principios y pautas muy útiles para escribir con claridad. Pero queda mucho camino por recorrer, pues el reto es mayúsculo y exige considerar muchos aspectos.

Una de las primeras constataciones es que la claridad y la efectividad no es solo una cuestión de redacción. Importa también la estructura, la edición del texto y el diseño de la página o la web. Hay ya numerosas guías, como las Federal Plain Language Guidelines de EE UU, que enseñan no solo a construir frases y párrafos sencillos y eficaces, sino también a poner los puntos clave al principio, usar listas y ejemplos, destacar alguna idea importante, incluir tablas y diseñar el contenido para que sea fácil de ver y comprender por todos, entre otras pautas que favorecen la claridad.

Con todo, la idea de que hay que escribir para todos tiene sus limitaciones. El primer principio para comunicar con claridad es saber quién es tu audiencia, para adaptar a ella tu lenguaje. No es lo mismo dirigirse a escolares de 12 años que a universitarios, a un público general o a uno especializado. Además, también es importante comprobar con algunos usuarios si la información es realmente clara, comprensible y se ajusta a lo que esperan. Ponerse en la piel del receptor es esencial, pero luego hay que comprobar con gente real que nuestras suposiciones funcionan.

Son tantas las ventajas de la claridad y tan alto el peaje de la oscuridad, que el lenguaje claro está dejando de ser una opción. Incluso los científicos agradecen los resúmenes en lenguaje claro en las revistas académicas. Estas piezas informativas son cada vez más habituales, como también empiezan a ser habituales los resúmenes visuales, que además de lenguaje claro usan elementos gráficos.

Como ocurre con tantos otros principios valiosos, la claridad no es un valor absoluto. De entrada, tiene que conciliarse con otro principio complementario: la precisión. O, si se quiere, además de claro y conciso, hay que ser preciso. Y, si hay que elegir entre precisión y brevedad, probablemente vale más alargar un poco la frase. La claridad en la escritura suele ser consecuencia de la claridad del pensamiento y de observar algunas pautas como las comentadas. Sin embargo, seguir estas pautas no garantizan que lo que se escribe, por más claridad y precisión que tenga el texto, sea interesante, útil y, ni siquiera, cierto. Pero esto, ay, ya es otro cantar.


Autor
Gonzalo Casino es periodista científico, doctor en medicina y profesor de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País durante una década y director editorial de Ediciones Doyma/Elsevier. Publica el blog Escepticemia desde 1999.

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Columna patrocinada por IntraMed y la Fundación Dr. Antoni Esteve